Percepción social del fuego forestal y su ecología: la necesidad de un cambio de orientación.
Jorge Rodríguez López, Ingeniero Técnico Forestal y Licenciado en Ciencias Ambientales, Área de Defensa Contra Incendios Forestales, Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente.
La defensa contra los incendios forestales en España ha alcanzado altos niveles de desarrollo, con un elevado nivel técnico y una destacada importancia en los planes de las Administraciones forestales o medioambientales. Igualmente se ha conseguido transmitir con razonable éxito a la sociedad la gravedad del problema y la necesidad de invertir esfuerzos en su solución. Sin embargo, la posibilidad de crecimiento de los operativos de extinción y de las partidas presupuestarias destinadas a incendios en el futuro es algo bastante incierto.
Paralelamente se ha producido un olvido del papel que el fuego tiene en el ámbito mediterráneo, pues a pesar de ser un fenómeno conocido y bien estudiado por la ecología forestal, se suele ignorar a la hora de valorar su influencia en la dinámica de los ecosistemas e incorporarlo en los criterios de gestión, procurando por el contrario su exclusión de los montes. Igualmente, la sociedad en general percibe un mensaje distorsionado, en el que el fuego aparece como algo ajeno a la naturaleza y al que hay combatir en todas sus formas.
Puesto que el fuego prescrito puede tener ciertas ventajas de aplicación sobre otras acciones preventivas tradicionales, su incorporación como una herramienta más puede colaborar a dar un nuevo impulso a la defensa contra incendios forestales y a la conservación de los ecosistemas
A través de un repaso al empleo del fuego forestal a lo largo de la historia, su importancia en los ecosistemas y la percepción social que de él se tiene, este artículo pretende invitar a la reflexión sobre las posibilidades de integrar el fuego, componente indisociable de los ecosistemas mediterráneos, en las acciones de manejo de la vegetación con fines preventivos de incendios y de gestión de hábitat. Puesto que el fuego prescrito puede tener ciertas ventajas de aplicación sobre otras acciones preventivas tradicionales, su incorporación como una herramienta más puede colaborar a dar un nuevo impulso a la defensa contra incendios forestales y a la conservación de los ecosistemas.
EL FUEGO FORESTAL EN LA HISTORIA Y SU PERCEPCIÓN SOCIAL
El fuego fue probablemente una de las primeras herramientas que el hombre empleó en su actividad transformadora del medio que lo rodeaba, tratando de adaptar el entorno a sus limitadas capacidades biológicas. Las sociedades de cazadores-recolectores utilizaban el fuego para fomentar el crecimiento de determinadas plantas nutricias o para favorecer a las presas de caza (HARLAN, J.R. 1992), práctica que aún mantenían los nativos americanos en algunas partes del oeste de los Estados Unidos hasta bien entrado el siglo XIX. Con la evolución de los grupos humanos y la conversión de la recolección y caza en agricultura y ganadería, el fuego continuó siendo un aliado del hombre, empleándose para despejar terrenos destinados al cultivo, eliminar residuos vegetales o renovar pastizales. Estos usos básicos en la que fuera primitiva gestión del territorio han acompañado a la humanidad a lo largo de su historia hasta la actualidad, sufriendo pocos cambios en esencia. Todavía hoy, muchos grupos humanos distribuidos por todo el planeta dependen de esta herramienta para su supervivencia mediante rudimentarias técnicas de cultivo y pastoreo.
Es comúnmente aceptado que España, por estar situada en la cuenca mediterránea y ser una de las zonas con más antigua existencia de civilizaciones complejas, debió soportar en sus montes desde hace muchos siglos la presión humana con múltiples propósitos. Existen indicios arqueológicos que sugieren el uso del fuego como herramienta desde épocas prehistóricas, así como referencias en textos griegos y latinos al empleo del fuego en los montes en el área mediterránea, como hace el poeta romano Virgilio en su obra La Eneida, donde menciona “los fuegos que los pastores prenden en el bosque cuando el viento es apropiado”.
Pero sin duda esta presión sobre los montes debió de traducirse en una degradación de las super ficies forestadas, lo que hizo necesario prestarles mayor atención. Desde la época visigoda existen referencias en diferentes códigos legales a la persecución de quienes incendiaban los montes (BAUER MANDERSCHEID, E. 1980). Posteriormente, muchos de los fueros y ordenanzas de las villas y ciudades medievales castellanas dedicaban un capítulo a los fuegos, que generalmente se basaban en las antiguas normas visigodas y recogían las penas destinadas a aquellos que incendiasen bosques e incluso matorrales (MARTÍNEZ RUIZ, E. 2001)
La relación entre ciertas comunidades de herbáceas, el fuego y los grandes herbívoros ha sido estudiada especialmente en algunas partes de África, y para algunos autores, el fuego es en cierta medida responsable de las grandes sabanas africanas que sostienen enormes rebaños de herbívoros
La importancia de estas referencias al fuego forestal en los textos legales del Medievo, que perduraron en la Edad Moderna, nos indica dos cosas: primera, que una parte de la población utilizaba el fuego en el monte para sus propios fines, y segunda, que los efectos de este uso del fuego se enfrentaban con los intereses de otra parte de la sociedad o, al menos, con los de la clase dirigente que dictaba las normas. Fuera de estos códigos, no existen sin embargo muchas menciones históricas al empleo del fuego, como cuáles eran sus objetivos, técnicas, etc., siendo lo más probable que su finalidad principal consistiera en favorecer el aprovechamiento ganadero.
La percepción por parte de la sociedad del fuego como algo negativo comienza a fraguarse en estas épocas, al instituirse el principio de perseguir y sancionar a quienes pretendieran mantener su uso ancestral. En los textos históricos más citados se obvia, sin embargo, tanto que el fuego en el monte puede aparecer de forma espontánea como que tradicionalmente ha existido una demanda social de su uso. A partir del siglo XVIII, con la necesidad de asegurar los suministros de madera para la construcción naval, y especialmente desde mediados del siglo XIX, con la creación de la Administración forestal moderna en España, se acrecienta el enfrentamiento entre ganadería y monte, una de cuyas facetas es el enfrentamiento entre fuego y monte. Diferentes textos técnicos y de opinión de la época señalan el binomio fuego-pastoreo como una de las principales causas de la ruina de la riqueza forestal (BREÑOSA, R. 1869).
Tras lo expuesto hasta aquí, podríamos decir que la percepción del fuego como elemento negativo proviene en origen de élites sociales, sean estas políticas o culturales. Es una realidad constatada que siempre existió un uso del fuego como herramienta tradicional, la cual quedó proscrita al entrar en conflicto con los intereses forestales de grupos con suficiente poder o influencia en la sociedad. Tras la aparición en España de la profesión forestal reglada y la organización de la Administración pública en este sector, entra en escena un grupo científico-técnico con responsabilidad dentro del Estado, cuya tarea principal fue en un principio velar por la conservación de las masas forestales, especialmente las arboladas. Este hecho lleva a que el conflicto social sobre el fuego forestal se institucionalice definitivamente, con un departamento de la Administración pública que tiene entre sus objetivos la erradicación del fuego en los montes, fuera cual fuera su origen. Desde el último tercio del siglo XX, el desarrollo de los medios de comunicación de masas ha permitido a la Administración hacer llegar este mensaje a toda la sociedad a través de campañas publicitarias, muy meritorias en la mayoría de los casos, pero que más allá de la sensibilización sobre el uso responsable del fuego han terminado de fijar en el subconsciente colectivo la idea del fuego como algo ajeno al sistema forestal, que viniendo del exterior lo ataca y destruye, ignorándose la importancia del fuego dentro del sistema y el papel que desempeña en su dinámica.
ECOLOGÍA DEL FUEGO FORESTAL
La presencia del fuego como un componente más de los ecosistemas no se puede eludir. Su importancia variará en función de las condiciones climáticas y edáficas que determinen las características de la vegetación y su comportamiento frente al fuego. En los ecosistemas mediterráneos, estas condiciones favorecen el peso del fuego como factor ecológico en muchas situaciones. Algunos autores hablan desde hace décadas de los “bioclimas del fuego” mediterráneos, que se corresponderían con el piso bioclimático Termomediterráno y parte del Mesomediterráneo (NAVEH, Z. 1974). Sin necesidad de adentrarnos en profundidades fitoclimáticas, la simple observación de la vegetación en nuestro entorno nos permite constatar estas afirmaciones. Las adaptaciones al fuego de muchas especies mediterráneas son evidencias ante las que no existen argumentos que justifiquen menospreciar al fuego cuando se trata de valorar los factores que intervienen en la dinámica de nuestros ecosistemas forestales.
El aislamiento térmico que proporcionan cortezas gruesas, de las que es ejemplo paradigmático el alcornoque; las estrategias reproductivas de varias especies de Pinus ibéricos, ya sean conos serótinos, ya sean edades precoces de fructificación o ambas cosas; el vigoroso rebrote de los Quercus de carácter mediterráneo; la capacidad germinativa de las semillas de Cistus tras elevadas temperaturas; etc.; todos ellos son ejemplos que muestran la influencia del fuego en la evolución de las especies de nuestros montes. Alcanzar estas adaptaciones significa una presencia importante del fuego desde tiempos anteriores a edades históricas, con una influencia en los ecosistemas equiparable al clima o las condiciones edáficas. En el último período interglaciar, sucedido entre hace 200.000 y 80.000 años, se estabilizaron la flora y la fauna mediterráneas, en un proceso en el que el fuego junto con la sequía pudieron ser los agentes ambientales dominantes, como indican algunos estudios paleobiológicos (NAVEH, Z. 1974). La influencia del fuego en la evolución de los distintos organismos no se restringe a las especies vegetales. Si en una localidad dada, el conjunto de especies dominantes en la vegetación tiende al pirofitismo en mayor o menor grado, tendremos un hábitat pirófilo, en el que también serían de esperar mecanismos de adaptación al fuego entre los grupos de fauna dependientes de la vegetación.
La relación entre ciertas comunidades de herbáceas, el fuego y los grandes herbívoros ha sido estudiada especialmente en algunas partes de África, y para algunos autores, el fuego es en cierta medida responsable de las grandes sabanas africanas que sostienen enormes rebaños de herbívoros. Este hecho no pasó desapercibido a las primeras civilizaciones y todavía hoy es la base de prácticas ganaderas que emplean el fuego para renovar pastizales, como ya se ha comentado. Pero es el de los insectos, entre los que son frecuentes las especies asociadas a un ámbito restringido de plantas hospedantes, el grupo faunístico donde se ha descrito un mayor desarrollo de la pirofilia. En diferentes comunidades vegetales, que incluyen bosques boreales de Eurasia y Norteamérica, pinares del sureste de los Estados Unidos y diferentes ubicaciones de ambiente mediterráneo, como Francia o California, se han identificado especies de insectos pirófilos capaces de detectar incendios a través del humo o la temperatura incluso a kilómetros para desplazarse en masa hacia ellos por resultar lugares propicios para su reproducción (DAJOZ, R. 1999). En los Estados Unidos, los coleópteros bupréstidos del género Melanophila reciben el nombre popular de “smoke beetles” (escarabajos del humo) debido a su atracción por el humo.
Tales adaptaciones no serían explicables si el fuego fuera un hecho ocasional, que sucede de forma esporádica y sin un patrón de recurrencia en el tiempo. Por el contrario, en determinados ecosistemas el fuego debe de haber sido un agente con acción persistente, cuya profunda influencia ha conducido a elevados grados de especialización en diversos organismos, especialmente algunos vegetales. Sin embargo, a pesar de tener un importante papel en la diversificación de las comunidades vegetales en diferentes regiones de todo el planeta, el fuego ha sido un factor ecológico infravalorado durante mucho tiempo (DAJOZ, R. 2001), probablemente por dos causas principales esbozadas en líneas anteriores al hablar del fuego en la historia. Por un lado, el fuego ha sido demasiado a menudo identificado con causas estrictamente humanas, lo que ha hecho que se sustraiga habitualmente de muchos estudios ecológicos. Por otro, la percepción social dominante sobre el fuego forestal es la de sus efectos destructores a corto plazo, y por tanto, llena de connotaciones negativas. Esta última cuestión hace que al fuego se lo tenga en una consideración diferente a la de otros factores ecológicos, a los que se puede asociar un carácter “bondadoso” o “positivo”. En este grupo se incluirían el clima y el suelo, a los que se atribuye la capacidad de construcción y mantenimiento del paisaje a largo plazo. Por contra, el fuego se puede asociar en el pensamiento a conceptos tales como “maléfico” o “negativo”, ya que destruye y transforma radicalmente el paisaje a corto plazo. Olvidamos entonces que los ecosistemas se componen de una serie de procesos dinámicos, en los que el concepto de vegetación clímax, estable y permanente es muy discutible y no deja de ser una abstracción humana, una simplificación necesaria para sistematizar y tratar de comprender la complejidad de la naturaleza. Las perturbaciones recurrentes, como las que introduce el fuego, son responsables de ciclos de renovación de las comunidades vegetales. La dispersión en el espacio de estas perturbaciones permite la coincidencia en el tiempo y en un determinado ámbito territorial de variedad de estructuras y, por tanto, de variedad de hábitat. Esta variedad es la base de la diversidad biológica, de la cual las distintas zonas de vegetación mediterránea del planeta constituyen algunos de los llamados puntos calientes.
Por su parte, en la España atlántica (región eurosiberiana), buena parte de los ecosistemas pueden clasificarse como sensibles al fuego. Las especies dominantes en los bosques de frondosas de esta región carecen de adaptaciones al fuego y sus características no favorecen la propagación
Heinrich Walter, un clásico de la ecología vegetal, reconoció la importancia del fuego como factor ecológico en las zonas de vegetación esclerófila con lluvias invernales, las que comúnmente llamamos vegetación mediterránea, lo que aparece resumido en el cuadro 1.
Además de las cuatro zonas de vegetación mediterránea mencionadas en el cuadro 1, existe una quinta en el centro de Chile. Esta zona es la única en la que el fuego no ha condicionado la evolución de la vegetación y prácticamente no ocurren incendios en ella. Con respecto a este hecho, se debe destacar que hay identificada una correlación directa entre frecuencia de incendios y riqueza de especies en las cinco regiones de vegetación mediterránea. La máxima diversidad de especies
se encuentra en las regiones con mayor frecuencia de incendios (Suráfrica y Australia) y es mínima en la de menor frecuencia (Chile). Este hecho se justifica por ser el fuego la perturbación que al aparecer en el ecosistema da lugar a diferentes estructuras de vegetación o, lo que es lo mismo, a diversidad de hábitats y, por tanto, a mayor biodiversidad (ZUNINO, M. et ZULLINI, A. 2003).
Más recientemente, otros autores han identificado varias categorías amplias de respuestas de la vegetación al fuego, las cuales no se restringen al ámbito mediterráneo, como puede verse en el cuadro 2.
Evidentemente, estas categorías no son muy precisas y existen muchos ecosistemas en los que el papel del fuego no está claramente definido. Sin embargo, son una buena aproximación a grandes grupos para establecer un primer diagnóstico. La mayor par te de los ecosistemas forestales de la España mediterránea podrían clasificarse como dependientes del fuego. Son inflamables y dominados en su mayoría por especies con distintas adaptaciones de pirofitismo pasivo o activo. Cuando el régimen de fuegos se altera, ampliándose el período de rotación, se produce un crecimiento de la biomasa, que en ausencia de otras perturbaciones lleva a la senectud del estrato dominado y de las partes bajas de los individuos del estrato dominante, y en definitiva, al incremento de la carga de combustible propensa al incendio de alta intensidad y difícil control. Este proceso es el que sustenta la conocida como “paradoja del fuego” o “paradoja de la extinción”. Al contrario, si la recurrencia en el tiempo de los incendios se incrementa, el ecosistema se transforma, pasando a ser dominado por las especies con mayores adaptaciones al pirofitismo activo, que se regeneran continuamente tras cada nuevo incendio, desplazando a otras especies más sensibles al fuego.
Por su parte, en la España atlántica (región eurosiberiana), buena parte de los ecosistemas pueden clasificarse como sensibles al fuego. Las especies dominantes en los bosques de frondosas de esta región carecen de adaptaciones al fuego y sus características no favorecen la propagación. Cuando el régimen de fuegos se incrementa o se induce por causas antrópicas, las especies son desplazadas por vegetación más propensa al fuego, como matorrales, pinos u otras especies de carácter mediterráneo.
Evidentemente, la existencia de una vegetación adaptada al fuego implica la presencia de este de forma prolongada y apreciable en la naturaleza. La causa de ignición natural en España registrada por las estadísticas se debe al rayo. En las dos últimas estadísticas del decenio (1991-2000 y 1996-2005) de incendios forestales publicadas por el MARM, el número de siniestros provocados por rayo ronda el 4 % del total, que producen entre el 5 % y el 10 % de la superficie forestal quemada. Aunque esta proporción pueda parecer pequeña, las cifras estadísticas deben matizarse para comprender mejor cuál puede llegar a ser la influencia del fuego en nuestros ecosistemas.
Los porcentajes mencionados suponen entre 7.000 ha y 18.000 ha quemadas al año en España por causas naturales, lo que sin ser una superficie despreciable, sería bastante mayor en ausencia de acciones de extinción, como ocurriría en un proceso natural. Para hacerse una idea de la influencia de la extinción en la extensión potencial de los incendios espontáneos, baste indicar que de los más de 20.000 siniestros anuales que como media se produjeron entre 1996 y 2005, más del 60 % no superó 1 ha de extensión, lo que indica la alta eficacia alcanzada por los operativos. Donde los incendios por rayo tienen mayor importancia es en la costa mediterránea y en el este del interior peninsular. Según la división territorial de la estadística de incendios forestales, en las comunidades autónomas mediterráneas la superficie quemada por causa natural supuso entre un 7 % y un 15 % del total quemado en los dos decenios mencionados, mientras que en las comunidades interiores estuvo entre el 12 % y el 24 %. Si redujéramos todavía más la escala territorial de análisis, encontraríamos lugares donde el peso del fuego por causas naturales dentro del total de los incendios es todavía mayor. Algunas provincias del sistema Ibérico y del litoral del Mediterráneo deben entre un cuarto y la mitad de sus incendios al rayo.
Con estos datos se pone de manifiesto que las causas de ignición nunca faltarían de modo natural en nuestros montes, siempre que tomemos un período de tiempo suficientemente largo. Aunque según recoge la estadística, las superficies quemadas de forma natural no son muy grandes en comparación con los incendios de origen antrópico, en una escala temporal mayor, cuando se dieran las condiciones meteorológicas favorables para el fuego y sin medios de extinción que se opusieran, se podrían generar grandes incendios que recorrieran superficies de importancia. En los últimos años hemos vivido un ejemplo de estos casos, que pudo darse en el episodio meteorológico sucedido a finales de julio de 2009. Las condiciones meteorológicas favorecieron la formación de tormentas entre los días 20 y 21 en el sistema Ibérico y sierras de la costa mediterránea, a lo que siguió la entrada de una masa de aire cálido por el suroeste peninsular que generó vientos solanos fuertes en el sistema Ibérico y el valle del Ebro entre el 22 y el 25 de julio, registrándose estos días en varios observatorios de la zona algunas efemérides relacionadas con temperaturas elevadas. En esta situación, los vientos desecantes favorecieron la propagación por la vegetación forestal de fuegos de cualquier origen. Entre esos fuegos había un número importante de igniciones latentes generadas por los rayos de las tormentas pasadas. Así pues, entre los días 20 y el 23 se iniciaron doce grandes incendios forestales (mayores de 500 ha) en la franja que va desde el País Vasco a la costa mediterránea aproximadamente paralela al sistema Ibérico y al valle del Ebro. La mitad de estos grandes incendios se generaron de forma natural y permanecieron activos de manera simultánea durante los días siguientes, poniendo a prueba la capacidad tanto de los operativos de extinción autonómicos afectados como los de ámbito nacional. Entre estos seis incendios consumieron unas 12.000 ha forestales y 1.300 ha no forestales en apenas cuatro días, a pesar del gran número de medios de extinción destinados a ellos, lo que da una idea del potencial de la naturaleza para generar en poco tiempo grandes superficies quemadas cuando las condiciones son propicias. Si tenemos en cuenta que la acción de los medios de extinción no se limita a tratar de frenar la propagación cuando el incendio aún no ha sido sometido a control, sino que se prolonga en los días posteriores al control en labores de remate y liquidación, asegurando el perímetro y atendiendo las reproducciones especialmente frecuentes en el caso de los grandes incendios, hay razones para pensar que durante el verano los incendios podrían permanecer activos de forma natural durante muchos días, combinando fases de propagación muy activa con otras más estables en función de las condiciones meteorológicas.
En condiciones naturales, un incendio solo se detendría al encontrarse sin combustible (corrientes y masas de agua, roquedos, dunas…) o bien cuando el grado de humedad del mismo lo hace indisponible para la combustión, ya sea por condiciones meteorológicas o por las características propias de la vegetación. Es erróneo pensar que para generarse grandes superficies quemadas es necesario tener un gran número de incendios. En las condiciones del verano mediterráneo, cuando en amplias regiones las temperaturas mínimas pueden mantenerse próximas a 20 ºC durante días, en un territorio cubierto por vegetación espontánea, sin discontinuidades generadas por el hombre, el fuego una vez establecido no encontraría obstáculos para la propagación durante largos períodos, hasta alcanzar riberas, prados húmedos, superficies similares con suficiente entidad o cresterías de montañas; o bien hasta que se produjera un aumento sensible de la humedad relativa o aparecieran precipitaciones. Un número reducido de igniciones, cuando se produjeran en lugares y momentos adecuados, podrían incendiar grandes superficies de forma espontánea. Que el número de incendios debidos al rayo en la estadística actual suponga una pequeña proporción no debe inducirnos a creer que la influencia del fuego por causas naturales tuvo poca importancia en la evolución de nuestra vegetación forestal.
Se puede afirmar pues que el fuego de manera natural nunca faltaría en los ecosistemas de la España mediterránea, generando anualmente discontinuidades de vegetación dispersas por el territorio que favorecerían la diversidad de hábitats y la constante regeneración de unos ecosistemas en constante evolución dinámica. Ocasionalmente, cuando las condiciones meteorológicas y de combustible lo favorecieran, estas discontinuidades podrían alcanzar grandes dimensiones, al recorrer el fuego grandes superficies. Seguramente, la célebre ardilla del romano Plinio el Viejo no tuvo más remedio que bajar de los árboles para atravesar más de un raso. En las condiciones descritas, un clima de períodos estivales cálidos y secos ha permitido la existencia de incendios recurrentes durante milenios, repitiéndose con una frecuencia suficiente como para influir en la evolución de las especies vegetales y determinar las respuestas del ecosistema mediterráneo al fuego. Se puede afirmar objetivamente que excluir el fuego del sistema significa excluir uno de los elementos más influyentes de cuantos lo conforman.
Pero en cualquier caso, obviamente no sería razonable abogar por la libre propagación del fuego simplemente por ser un elemento perteneciente al ecosistema e integrado en su dinámica. A través de este artículo se pretende fomentar la reflexión, planteándonos con razones técnicas críticas el sentido de unos operativos de extinción cada vez más caros y tecnificados, con un importante componente de medios aéreos; el sentido de insistir en unas acciones de selvicultura preventiva que por múltiples razones se encuentran limitadas en el espacio y en sus efectos; el sentido de tratar de conservar unos hábitats eliminando al fuego que los condicionó y conformó en su origen; etc. En definitiva, reflexionar sobre el sentido de seguir luchando contra el fuego de la manera en que lo hacemos, con el objetivo de la supresión total, con un ánimo que pretende la victoria absoluta sobre un enemigo que sin embargo, sabemos que siempre va a continuar ahí y al menos periódicamente siempre conseguirá superarnos, empeñando en ello recursos cada vez más limitados y esfuerzos que podrían ser más productivos en otros menesteres. Como alternativa, debemos plantearnos avanzar en el conocimiento de las posibilidades del fuego como herramienta de manejo de combustibles y gestión de hábitats, ventajosa en muchos sentidos frente a otras técnicas “tradicionales” usadas con los mismos fines. Para ello, es preciso abandonar las ideas preconcebidas y la percepción que tenemos del fuego, generada durante décadas pasadas en un contexto diferente al actual.
RECAPITULACIÓN: HACIA UN CAMBIO DE ORIENTACIÓN
Recapitulando sobre todo lo expuesto hasta ahora e introduciendo algunas ideas más, disponemos de una serie de argumentos en los que basar una propuesta de un cambio de orientación en la percepción del fuego que tenemos los forestales y nuestra relación con él, así como en el mensaje que transmitimos al resto de la sociedad. De forma esquemática, algunos de estos argumentos son los siguientes:
– El fuego es uno de los factores ecológicos con mayor influencia en el ámbito mediterráneo. Los ecosistemas y las especies han desarrollado respuestas y adaptaciones consecuentes con esta influencia. Un monte quemado es una fase dentro del ciclo dinámico del ecosistema. Cuando las condiciones meteorológicas y de combustible son apropiadas, buena parte de la vegetación mediterránea es propensa a arder, produciéndose así la renovación de las comunidades y el mantenimiento de la diversidad de hábitat.
– El hombre ha utilizado el fuego desde antiguo, acelerando en algunas partes el régimen natural de recurrencia de incendios en su provecho, lo que causa la degradación de los ecosistemas sensibles o de aquellos donde la recurrencia es muy elevada. Como respuesta a ello, en el último siglo y medio los forestales han procurado la erradicación del fuego, tanto de origen antrópico como natural, y han transmitido a la sociedad, con notable éxito, el mensaje de la esencia negativa del fuego.
– El cambio en el medio rural sucedido desde el último tercio del siglo XX y el escaso grado de aprovechamiento de la biomasa forestal en todas sus formas que se da en la actualidad favorecen el incremento en extensión y carga de los combustibles forestales. Este proceso, dentro de la dinámica propia de los ecosistemas mediterráneos dependientes del fuego, se corresponde con la fase previa a la ocurrencia del incendio, que será de mayor intensidad cuanta mayor sea la cantidad de biomasa acumulada disponible para arder.
– La defensa contra incendios forestales ha logrado grandes avances en la eficacia de los dispositivos de extinción, aunque ante determinadas situaciones de grandes incendios o incendios simultáneos todos los operativos pueden verse superados. El control del problema de los incendios forestales por la vía de la extinción no parece que pueda avanzar mucho más en el futuro, salvo a costa de incrementar sus presupuestos de manera ineficiente, pues no parece razonable sobredimensionar los operativos en función del episodio más desfavorable que pudiera suceder en un hipotético futuro. Una vía en la que sí es posible incrementar el esfuerzo esperando resultados positivos es en la prevención a través del manejo del combustible. Mediante el control de la carga y la continuidad del elemento propagador del incendio es posible limitar su intensidad y extensión, de modo que se favorezca la eficiencia de los medios de extinción.
– Los tratamientos selvícolas contra incendios que podríamos denominar tradicionales se basan en la extracción de la vegetación por corte u otros medios mecánicos. Tienen limitaciones técnicas, ecológicas y económicas que impiden aplicarlos en todas las superficies donde sería deseable. Sin embargo, el fuego bajo condiciones cuidadosas de prescripción puede alcanzar lugares donde los tratamientos clásicos tengan limitaciones. Disponemos pues de una herramienta más a emplear en la gestión de combustibles, ampliamente ventajosa en el aspecto económico y, bajo determinadas condiciones, también en el ecológico.
– La extracción súbita de biomasa del monte que supone la ejecución de un tratamiento selvícola preventivo no reproduce ningún proceso que ocurra de forma espontánea en la naturaleza. Por contra, los ecosistemas tienen respuestas al fuego adquiridas durante milenios de evolución. La ciencia y la técnica forestales tienen un reto en ampliar el conocimiento sobre los efectos del fuego y perfeccionar las técnicas de prescripción y ejecución de quemas, de modo que modulando la intensidad de la quema se puedan alcanzar los efectos deseados para cada objetivo.
– Los incendios forestales son percibidos por buena parte de la sociedad como episodios aislados que, sucedan de forma provocada o fortuita, son ajenos a los montes que destruyen, de manera análoga a como una inundación o un terremoto destruye una población. El tratamiento cada vez más frecuente de los incendios forestales como una cuestión principalmente de protección civil refuerza esta visión, no contribuyendo a la solución del problema, ya que se centra en un aspecto parcial del mismo como es la gestión de la emergencia y subordina todo lo relacionado con la prevención. Hay un amplio desconocimiento del fuego como parte del proceso de evolución de los ecosistemas y de las consecuencias que tiene su exclusión total, la cual obliga a adoptar medidas que emulen en parte sus efectos en la vegetación si no se quieren sufrir incendios de intensidad creciente.
– La percepción dominante del fuego entre los forestales es la que se asocia con los efectos del fuego incontrolado y destructivo de alta intensidad, propio de los incendios de verano. Esta idea se ha remachado a lo largo de décadas de sacrificada lucha contra los incendios por varias generaciones de forestales. Es una asignatura pendiente dar a conocer las posibilidades que puede tener el fuego prescrito cuya intensidad se puede predecir para eliminar selectivamente los combustibles, reduciendo cargas y creando discontinuidades que eviten los incendios de alta intensidad, a la vez que respete los organismos edáficos, los bancos de semillas, etc.
– La política de total eliminación del fuego de los montes tiene una débil base de argumentos técnicos y científicos y se debe más a la persistencia de una larga tradición. Por el contrario, un manejo integral del fuego, introduciéndolo de forma
controlada en la dinámica del ecosistema allí donde sea posible, está avalado por el conocimiento científico, que nos demuestra que el fuego es la perturbación que en el ámbito mediterráneo puede mantener estructuras de combustible seguras a la vez que diversidad de hábitats.
– Conservar y restaurar la diversidad de hábitats es un objetivo primordial de la gestión forestal en la actualidad, y la sociedad lo demanda para el futuro. La quema prescrita con finalidades ecológicas es una magnífica herramienta para el mantenimiento de algunos hábitats mediterráneos de gran interés que responden positivamente al fuego, como muchos pastizales y matorrales, diferentes hábitats leñosos abiertos y mosaicos de hábitats variados, valiosos para la conservación de muchas especies. Esta práctica, que está extendida por Norteamérica desde hace décadas sobre una amplia variedad de condiciones ecológicas, sería factible en nuestro país donde aún está pendiente su puesta en marcha de forma sistemática.
Los incendios forestales son percibidos por buena parte de la sociedad como episodios aislados que, sucedan de forma provocada o fortuita, son ajenos a los montes que destruyen, de manera análoga a como una inundación o un terremoto destruye una población
Con estos argumentos se pretende poner de manifiesto la necesidad de un debate técnico y científico que destierre prejuicios generados a lo largo de los años y provea de una herramienta adecuada para hacer frente a los desafíos de los incendios forestales y de la conservación. Pero no deberíamos restringirnos al campo de las ideas y quedarnos solo en el debate. Los forestales, como buenos prácticos que siempre hemos sido, debemos procurar un incremento de las experiencias que pongan a punto técnicas adaptadas a los condicionantes de los distintos ecosistemas y sirvan para validar las oportunidades de empleo del fuego prescrito. Igualmente, con serenidad y rigor debemos mostrar a nuestros responsables las posibilidades de estas técnicas y proponer su aplicación allí donde sean adecuadas.
Por último, debe trasladarse a toda la sociedad, con especial hincapié en los medios de comunicación, la comunidad científica y las asociaciones conservacionistas, abandonando cualquier tipo de complejo, el papel del fuego en los ecosistemas y su utilidad para la gestión y la conservación de los mismos, junto a la importancia de continuar evitando y poniendo bajo control todos los fuegos que debido a su alta intensidad o excesiva recurrencia dañan los montes, destruyen los bienes y servicios que de ellos se obtienen y amenazan la seguridad de las poblaciones que viven en su entorno.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS - BAUER MANDERSCHEID, E. 1980 “Los montes de España en la historia” Ministerio de Agricultura Pesca y Alimentación. Servicio de publicaciones agrarias y Fundación Conde del Valle de Salazar. Madrid |
Artículo completo con fotografías (páginas de la revista) “Colaboraciones Técnicas: Percepción social del fuego forestal y su ecología: la necesidad de un cambio de orientación.” |