El ciprés del Sáhara Cupressus dupreziana en el Parque Nacional del Tassili (Argelia).

José Luis Lisbona Gil, Psicólogo y Educador Ambiental.

En un caluroso día de 1933, el teniente del ejército francés Charles Brenans recorre con su patrulla de reconocimiento el estrecho cañón de Uadi Djerat, en la parte más septentrional del Tassili n’Ajjer. Fatigados, sus integrantes descienden de los camellos para descansar a la sombra de las paredes que encajonan el lecho de un antiguo río. El teniente Brenans se para repentinamente ante una de las paredes. Ante él, grabado en la roca, aparece un rinoceronte a tamaño natural trazado con unas líneas cargadas de gran realismo. En su cuaderno de notas dibuja minuciosamente todas las manifestaciones rupestres a lo largo de los 35 kilómetros del cañón.
De este modo se descubren las primeras pinturas rupestres del Tassili, que revolucionarían todos los conceptos que se tenía hasta el momento del mayor desierto del planeta. La exploración para estudiar las mismas corre a cargo de una expedición francesa capitaneada por H. Lhote, que por diversas vicisitudes se hace veintitrés años más tarde, en 1956.

El Tassili n’Ajjer (Tassili es un término tamaheq, la lengua bereber de los tuaregs, que significa meseta, y Ajjer se refiere a la tribu que allí habita) limita al norte con las dunas o erg de Issaouen N’Ighargharene, N’Titemine y Bugharet; al oeste, con el Agra; al este, con Libia; y al sur, con Níger. Este macizo montañoso se prolonga con una anchura media de 60 km a lo largo de 800 km, y se eleva a una altitud que varía entre los 500 y los 2.200 metros. Está situado en el Sáhara central, en el sureste argelino, y a más de 2.000 kilómetros de distancia de la costa mediterránea. Tiene una extensión de más de 80.000 kilómetros cuadrados (por poner un ejemplo, más que la Comunidad de Castilla-La Mancha).

El Parque Nacional del Tassili n’Ajjer es Monumento Histórico Nacional desde julio de 1972; y fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1982 por su riquísimo legado cultural. También certifica el mismo organismo su condición de Reserva de la Biosfera1.

CLIMA
El clima de la zona en la actualidad es árido, con precipitaciones escasas e irregulares (unos 100 mm de media anual, sobre todo en agosto y septiembre) que caen en forma de aguacero. Pero hace 8.000 años no era así; el ambiente era bastante más húmedo y se parecía a la sabana africana cuyos límites se encuentran hoy en día más al sur. La temperatura varía según los meses y las alturas; puede bajar a los 0 ºC a dos mil metros en diciembre y enero y en los meses de verano superar los 45 ºC en las zonas bajas.

LEGADO CULTURAL
Existen varias singularidades evidentes en el parque, aunque podríamos subrayar dos: por un lado, las más de 10.000 pinturas rupestres y grabados, considerado como el mayor museo al aire libre de arte parietal, y por otro, las rarezas botánicas que allí subsisten, entre las que destaca el ciprés del Sáhara (Cupressus dupreziana).

HACIA TAMRIT
Llegar para contemplar estas particularidades no es tarea fácil; el propio Lhote escribe en su diario: “Las bestias tienen cortado el aliento por el esfuerzo, la rampa es cada vez más empinada y la mole de pedruscos se va haciendo más imponente”. En la actualidad, además de un buen estado físico para superar las rampas de las que habla Lothe, también hace falta una adecuada intendencia y ciertas formalidades para acceder a este lugar protegido y vigilado.

Por dichos motivos contactamos en la población cercana de D’Janet con Sij, agente de conservación de la Oficina del Parque (ONAT), que, con las primeras luces del alba, nos traslada en vehículo a la llanura del n’Ajjers, donde los acemileros se apresuran a estibar la carga en una recua de pequeños borriquillos, mucho más adecuados para ascender por los estrechas sendas que los dromedarios de Lhote. El escenario donde nos ubicamos nos sobrecoge por su belleza: la llanura está salpicada de acacias (Acacia raddiana), vestidas después de las últimas lluvias de un tenue traje de nuevos brotes; próximos a ellas se elevan imponentes torreones de arenisca que parecen vigilar y defender el acceso a las altas mesetas.

Sij, que con su atuendo y modales parece un miembro más de los imajeghan (la aristocracia guerrera de los tuaregs), de manera casi imperceptible nos indica la partida iniciando un pausado caminar sin mirar atrás. A su rebufo nos dirigimos hacia la entrada natural de lo que parece una ciudadela medieval rodeada de murallas. Poco a poco, el sendero nos eleva gradualmente por el paso o akba de Tafilalet hasta la primera terraza, bajo un sol inclemente –y eso que era diciembre- que nos acompaña hasta llegar a las acogedoras sombras que proyectan las paredes verticales del cañón de Oughoub. Las formaciones por donde discurre nuestro caminar fueron erosionadas por la acción del viento y los numerosos ríos (oued) que en otros tiempos surcaron esta zona, dando lugar a estrechos desfiladeros y escarpados precipicios. Extraña ver que en medio de tanta aridez aparezcan entre los recovecos de las paredes algunas rebosantes gueltas (depósitos de agua que se surten de las escasas lluvias), que proporcionaron refugio y sustento durante milenios a cocodrilos del Nilo (Crocodylus nyloticus), cuyo último ejemplar –según está documentado- se cazó en una de ellas en 1924.

Tras varias horas de lenta subida, la brisa nos anuncia la proximidad del amplio altiplano. Su aspecto se muestra desolador, incrementándolo si cabe una superficie tintada de un gris oscuro metalizado. Gorros, pañuelos y gafas de sol amortiguan la intensidad de los rayos solares y su reverberación. Algo más tarde abandonamos la continua línea del horizonte por los aliviaderos que discurren en ligero descenso hacia los caprichosos laberintos rocosos.

Habíamos llegado a Tamrit, desde donde iniciamos la visita al corazón de la mayor aglomeración de pinturas rupestres del mundo, de variedad y calidades excepcionales, plasmadas en espacios donde vivieron diversos grupos humanos en épocas climáticas bien diferentes a lo largo de milenios.

Lhote dató y clasificó alrededor de 5.000 pinturas, distinguiendo cuatro estadios*:
• 1.er Período: de los Hombres de Cabeza Redonda (entre los años 6600 al 4000 a.C., entre el Mesolítico y el Neolítico)
• 2.º Período: Bovidense o de los Pastores de Bóvidos (entre el 4000 y 2500 a.C.)
• 3.º Período: del Caballo (del año 2500 hasta los primeros de nuestra era)
• 4.º Período: del Camello (se inicia alrededor del 300 d.C.)

RIQUEZAS NATURALES
El campamento se dispuso entre grabados ejecutados por hábiles artistas y las exquisitas filigranas de las formaciones rocosas realizadas por la erosión. Por si fuera poco, divisamos algunos de los escasísimos  ejemplares de la joya botánica del Sáhara: el tarout (Cupressus dupreziana). Parece ser que se descubrió en 1864 por la comunidad científica, y aunque muy emparentada con el ciprés de Marruecos (Cupresus atlantica), se diferencia de este en la coloración -más azulada- y por la presencia de una mancha de resina blanca en cada hoja. Las duras condiciones en que medran los han hecho desarrollar un sistema reproductivo muy especial -asexual por semillas- mediante el cual el núcleo de los embriones procede por completo del polen, sin contribución genética femenina alguna (apomixis masculina), de manera que se asegura que los nuevos cipreses están dotados para sobrevivir en tan hostil medio.

Hasta la mitad de la década de los 40 del siglo pasado se creía que no había más de diez ejemplares, pero nueve años más tarde se llevaba la cuenta de que sobrevivían unos 200. El inventario de árboles se ha prolongado durante varias décadas (1950-1965), y varias expediciones registran un número similar. En los primeros años de la década de los setenta, el guardabosques Säid Grim contó 230 árboles vivos. Entre  1997 y 2001 se descubre que veinte de aquellos habían muerto, si bien hubo 23 nuevas incorporaciones. El tamaño de la población es por lo tanto de 233 cipreses, aunque de variables vigor y estado sanitario. Muchos de ellos tienen más de 2.000 años y diez son muy jóvenes (con una edad estimada de 100 años), lo que indica que sigue habiendo regeneración a pesar de la sequía. Todos los ejemplares descritos se distribuyen en 12 kilómetros de largo por 6 de ancho por toda la frontera suroeste de la meseta del Tassili. Existen evidencias de que hacia la mitad del siglo XIX se encontraban cipreses más al norte; el rápido retroceso (de unos 100 km) desde este límite norte se atribuye a la explotación humana. La población de estos cipreses ha disminuido alrededor del 8 % en los últimos 30 años, e incluso hoy en día –aunque protegido- se advierten serios daños en algunos de ellos debido a la provisión de leña que tanto los pastores como los acemileros hacen de estos árboles.

Por fortuna, el tarout sobrevive fuera de sus fronteras ancestrales, pues se emplea en jardinería en las costas mediterráneas y en otros lugares del planeta. Y desde el 8 de junio del 2011 hay plantado un ejemplar de Cupressus dupreziana en el Real Jardín Botánico de Madrid, donado por la Fundación Félix Rodríguez de la Fuente.

También se encuentran otras especies vegetales de origen mediterráneo: el tafeltasst, mirto o arrayán (Myrtus nivelli), el olivo del Tassili o aliou (Olea laperrini) y la idjih (Lavandula pubescens subsp. antineae). A estas se suman en el parque las especies de origen tropical, testigos de una flora que fue en tiempos la más extendida: absagh (Acacia raddiana), teboureq (Balanites aegyptiaca), tourha o árbol de Sodoma (Calotropis procera) y tihaq (Salvadora persica).

En una de las sinuosidades de las areniscas de Tamrit vimos algo más familiar: un par de palmeras (Phoenix dactylifera) jóvenes, de baja talla, lo que hace pensar que desde que se visita con más frecuencia aparece una especie no presente antaño en la zona.

En cuanto a la fauna de estos lugares, entre los reptiles es fácil observar la escurridiza lagartija de las arenas (Acanthodactylus boskianus) y el agama del Tassili (Agama tassiliensis), y entre las aves, la collalba negra de Brehm (Oenanthe leucopyga) y el cuervo desertícola (Corvus ruficollis).

HACIA SEFAR
Durante varios días deambulamos por angostos pasadizos que ocultaban entre sus paredes infinidad de abrigos naturales donde reposan las pinturas y grabados de la poblaciones humanas que por aquí pasaron: tin-zoumaitak, intininen, tin-abouteka, tin-tazarift, sefar… Es como si una máquina del tiempo nos hubiera traído de repente a este lugar. En algunas de las cuevas parece que sus habitantes acabaran de emigrar a lugares más benévolos, probablemente hacia el sur. La viveza de las pinturas que allí perduran, la erosión en la roca que marcaron las piedras de molino en sus labores de molienda del grano, los cauces secos de riachuelos a las entradas de los abrigos, los utensilios hallados… nos llevan a juzgar sin mucho esfuerzo que un día aquello fue para muchos su hogar. Da la sensación de que los moradores se han ausentado momentáneamente y que van a volver tras la cacería o la recolección.

La realidad de lo que encuentras supera cuanto te hayan podido contar; tanto es así, que mientras montábamos uno de los días el campamento después de acompañar nuestra cena con un trozo de taguela (pan cocido entre las brasas de la lumbre bajo la arena), comenté de broma a mis amigos que íbamos a dormir bajo las representaciones originales de la realidad que vivieron nuestros antepasados. De casualidad era cierto: lo que creí manchas propias de la piedra, al fijar la luz de la linterna se apreció que eran pinturas de animales de elegante confección hechas con rojo óxido de hierro. No se podía pedir más al momento: el silencio y la filigrana de arenisca enmarcando el bellísimo cielo sahariano.

En los trazos de tantas demostraciones de arte se vislumbran diferentes manos. Algunas de ellas proceden de excelentes artistas. Firmes pinceladas reflejan una observación detallada de la realidad, no solo en la captación de los pormenores de personas y animales, sino también –que es lo más asombrosoen el movimiento y la perspectiva de los mismos.

No quedaba más tiempo, había que regresar. La bajada del Tassili discurrió por desfiladeros escondidos que se insinuaban con historias humanas que nunca sabremos. Por donde los pueblos que por aquí pasaron descendieron una vez para no volver jamás.

Artículo completo con fotografías (páginas de la revista) “Reportaje fotográfico: El ciprés del Sáhara Cupressus dupreziana en el Parque Nacional del Tassili (Argelia).”
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