Monte de El Pardo: Un monte ligado a la historia.
Francisco Javier Tomé de la Vega, Ingeniero Técnico Forestal,Área de Jardines y Montes de Patrimonio Nacional.
Ángel Muñoz Rodríguez, Ingeniero Técnico Forestal, Coordinador del Área de Jardines y Montes de Patrimonio Nacional.
El monte de El Pardo es un enclave singular, un espacio natural de gran valor, considerado como el bosque mediterráneo más importante de la Comunidad de Madrid y uno de los mejor conservados de Europa.
Situado en la vertiente sur de la sierra de Guadarrama, el monte de El Pardo se presenta como una gran masa boscosa de casi 16.000 hectáreas; y todo ello a las puertas de una aglomeración urbana de más de cinco millones de habitantes: Madrid.
El uso restringido, históricamente mantenido por la vinculación del espacio a la Corona española, es la razón de que el monte de El Pardo haya conservado su enorme valor ambiental a lo largo del tiempo.
LA PROPIEDAD.
Lo que hoy conocemos como “monte de El Pardo”, propiedad del Patrimonio Nacional, es el resultado de un largo proceso histórico sobre los bienes naturales como un todo indivisible, que desde la Edad Media ha estado unido en propiedad o en derecho a las Coronas de los Reinos de Castilla y León y de Aragón, y, con posterioridad, a la Corona de España como fusión de las mismas con los demás territorios que conforman el actual Estado Español.
De acuerdo con la legislación vigente, el Patrimonio Nacional es un Organismo Público, formado por un conjunto de bienes de titularidad estatal, destinado al uso y servicio de Su Majestad el Rey y de la Real Familia para el ejercicio de la alta representación que la Constitución y las leyes les atribuyen, cumpliendo además, siempre de manera compatible con ello, la importante misión de estar al servicio del pueblo español como vehículo de cultura, investigación y docencia.
Por expreso mandato de la Ley 23/1982, reguladora del Patrimonio Nacional, este velará asimismo por la protección del ambiente y por el cumplimiento de las exigencias ecológicas en los terrenos que gestione, y especialmente, en el monte de El Pardo.
En diciembre de 1995, la Ley 44/1995 modifica la anterior, ampliando la defensa de sus espacios naturales, exigiendo la redacción de un Plan de Protección Medioambiental para el monte de El Pardo.
El Gobierno, a propuesta del Consejo de Administración del Patrimonio Nacional, aprobó con fecha 6 de junio de 1997 el “Plan de Protección Medioambiental del monte de El Pardo”, publicándose por Orden Ministerial de 31 de julio del mismo año (B.O.E. de 7 de agosto de 1997).
LA HISTORIA.
La primera mención que se hace del monte de El Pardo como cazadero real se puede encontrar en el Libro de la Montería, que manda escribir el monarca castellano Alfonso XI entre los años 1342 y 1349, citándose en este libro la abundancia de especies de caza mayor y menor; en dicha época debía de existir ya en el lugar una casa de monteros. En el mismo libro aparecen las primeras medidas de protección a la caza: “Se prohíbe armar en los bosques cepos con hierros para la caza de puercos, osos y venados”.
Enrique III construye, en el año 1405, un pabellón de caza en El Pardo. A él se debe la prohibición de caza en épocas de cría y con nieve.
Enrique IV mejora la construcción, da fiestas, torneos y cacerías en el Real de El Pardo.
Los Reyes Católicos restringen el derecho a cazar, e incluso obligan a pagar indemnizaciones a los señores feudales por los daños que la caza infligía en los cultivos.
La pragmática del 15 de enero de 1470 dice: “La caza de nuestro monte de El Pardo está vedada, prohibida y acotada”; con esta pragmática se consigue la protección total de la caza en El Pardo a la vez que, de forma legal y sin lugar a dudas, se convierte en cazadero real al servicio de la Corona.
La llegada a España del emperador Carlos V es trascendental para El Pardo, al establecer por Real Pragmática del 20 de julio de 1534: “Por cuanto yo he mandado, dar orden en la guarda de la dehesa, é términos, é montes, é sotos del heredamiento de El Pardo, que en cerca de la Villa de Madrid, y porque yo quiero para mi recreación la fortaleza, y casas y caza de dicho heredamiento”.
Durante su reinado tuvo lugar la demolición del antiguo palacio y se procedió a la construcción de uno nuevo, bajo la dirección del arquitecto real Luis de Vega.
Felipe II dejó constituido El Pardo como auténtica posesión de los reyes. Para cuidar mejor la caza lo divide en cuarteles, que al principio tenían el significado de cuartas partes, aunque en posteriormente se hicieron un número cada vez mayor de partes que siguieron denominándose cuarteles (desde entonces y forestalmente, la palabra cuartel sirve para denominar la unidad de gestión de los montes).
En 1582 se publica el Discurso sobre el “Libro de Montería” de Alfonso XI, donde se hace una descripción del monte de El Pardo muy detallada.
El amojonamiento del monte de El Pardo tuvo lugar durante el reinado de Felipe II.
Felipe III se preocupó más de la caza en general que del monte.
Felipe IV, gran cazador, hizo de El Pardo lugar de numerosas hazañas cinegéticas, e introdujo la difícil y peligrosa práctica de cazar con lanza.
En el año 1622, para proteger las monterías de El Pardo “prohibió cazar con tiro de perdigones de plomo, ni de otra cosa en Madrid y veinte leguas a la redonda”.
La llegada a España de una nueva dinastía con Felipe V de Borbón hizo que se cambiaran las modalidades de caza: se eliminaron las telas y las lanzas y se introdujo el ojeo. El monte de El Pardo no varió su condición de cazadero real.
Los daños causados por la caza a la agricultura colindante, y la dificultad de impedir la caza furtiva o el robo de otros bienes, hacen que Fernando VI, en 1746, delimite el lugar como coto cerrado, con una cerca de piedra de 20 leguas de perímetro (99 km), reservándose todos los derechos en el interior y cediendo todos al exterior de la misma. Carlos III reacondiciona el palacio, y es gran cazador, jactándose de haber dado muerte a 539 lobos y 5.232 zorros en sus crónicas venatorias.
En su época se inicia una política expansionista del monte, si bien esta expansión agregó casi siempre dehesas y, en menor superficie, huertas, viñas y campos cereales. La mayor de las agregaciones efectuadas fue la “Dehesa de Viñuelas”, con 9.382 fanegas, que fue comprada por 1.811.503 reales a la marquesa de Mejorada.
Otras superficies fueron La Moraleja, que se adquirió al duque de Béjar, con 1.164 fanegas y un coste de 1.358.160 reales; las Batuecas, adquiridas al duque de Huéscar en 1751, con una superficie de 459 fanegas, por 570.469 reales, y la Granja de Casanova, de los Jerónimos, para cuya compra se exigió bula pontificia.
También consiguieron la protección del “Juez de Bosque” las fincas arrendadas, entre las que destaca Valdelatas, uno de los pocos espacios que quedan aún con encinar natural.
Durante la Guerra de la Independencia, por motivos alimenticios se roturaron 6.000 fanegas y se exterminó totalmente la caza. Fueron responsables de ello tanto las tropas francesas como los vecinos del sitio.
El regreso de Fernando VII acaba con las roturaciones, aunque no fue una prohibición total, ya que se continuaron cediendo tierras en arriendo, pero con la condición de que a su término quedasen sembradas de bellotas.
En el Trienio Liberal (1820-1823), con la aprobación por las Cortes de las leyes desamortizadoras, se ponen a la venta diversos bienes, como La Moraleja y Viñuelas.
En el monte de El Pardo, la falta de densidad del encinar debido a las podas abusivas y mal realizadas y a la falta de regeneración, así como la reducción de la superficie de encinas a rodales claros y con árboles enfermos (lo que provocó la disminución de la caza) hizo que fuera necesario tomar diversas medidas. Para favorecer su regeneración se cesó totalmente la labranza, no realizando más labores que las necesarias para recolectar las cosechas pendientes. Se mantuvo el aprovechamiento de las cortezas de los alcornoques, cuya última extracción tuvo lugar en verano de 1987.
Se limitó la caza a una sola montería al año. La disminución de la producción de bellotas por la degradación de las encinas obligó a una alimentación complementaria de la fauna cinegética con pienso.
La reconstrucción de la riqueza cinegética comienza en 1875, con Alfonso XII, con repoblaciones de diversas especies y animales seleccionados (parejas de gamos y jabalíes) y con la protección de la reproducción de los venados sobrevivientes.
Alfonso XIII es considerado como el monarca que tuvo la visión más clara para valorar la enorme importancia deportiva, social y económica del tema cinegético. Favorece la creación de cotos, y así, en el año 1931 existían 46 cotos que prestaron un servicio incalculable al mantenimiento de la vida silvestre y a la regeneración de la caza en todo el territorio nacional. Algunos de estos forman hoy parte de las Reservas Nacionales de Caza, y entre ellos destaca el monte de El Pardo, coto de caza n.o 1 del Patrimonio Nacional.
En 1931, con la II República, El Pardo pasa a pertenecer al Patrimonio Nacional, situación que, con su afección actual a la Real Casa, se ha mantenido hasta la actualidad.
En los años anteriores a la Guerra Civil hubo varios proyectos de construcciones al cambiar sensiblemente, durante la República, el concepto del uso al que se debía dedicar el monte. La primera de ellas fue el hipódromo, anteriormente situado al final de la Castellana. El traslado de estas edificaciones deportivas se realizó para poder alargar este eje de comunicaciones, permitiendo la expansión de Madrid hacia la zona norte. También se proyectó la construcción de una carretera hacia la sierra de Guadarrama, que iba a ser flanqueada por modernas urbanizaciones del tipo ciudad- jardín. El estallido de la Guerra Civil impidió la realización de estas edificaciones, que hubiera hecho desaparecer este privilegiado monte en su totalidad.
Durante la guerra no se produjeron demasiados destrozos en el monte, al no ser esta zona frente importante en el ataque a Madrid, puesto que únicamen te se construyeron algunos fortines y líneas de trincheras cercanos a la carretera de La Coruña como primera línea de defensa de Madrid.
Terminada la contienda, y por Ley de 7 de marzo de 1940, El Pardo pasa a ser terreno “adscrito al uso y servicio de Jefe del Estado”, convirtiéndose el palacio en residencia del general Franco. Se restauraron las edificaciones y se llevaron a cabo importantes obras de reforma en su interior.
Dentro de las actuaciones que han desafectado pequeñas zonas del monte, son de destacar: en 1956, la venta de terrenos a la inmobiliaria Alcázar, en torno al arroyo de Fuentelarreina; la instalación de la Fundación Generalísimo Franco y la utilización militar para cuarteles y viviendas en El Pardo y Mingorrubio. La última cesión se produce en la última década del siglo pasado, al construirse la M-40 que circunda Madrid. La prohibición expresa que hace el “Plan de Protección Medioambiental” de nuevas desafecciones garantiza en el futuro la total integridad territorial.
Son de destacar como actuaciones positivas las repoblaciones de la década de los 50 con pino piñonero como factor de lucha contra la erosión, y el aumento de la vigilancia y control que para el monte supuso su adscripción a la Jefatura del Estado, preservando un monte que a lo largo de la reciente historia estaba condenado a desaparecer en favor de unos más que inciertos “beneficios sociales para el pueblo de Madrid”.
Tras la llegada del actual monarca al trono, y por su expreso deseo, se abren al público casi 1.000 ha del monte para disfrute de los ciudadanos, quedando el resto de la superficie como reserva integral de su fauna y flora, al ser un valor de imprescindible conservación.
Los jardines históricos existentes en el real sitio de El Pardo se encuentran territorialmente dentro de la superficie del monte de El Pardo, y son: jardines del Palacio Real de El Pardo, jardín de la Casa del Príncipe Don Carlos y predio de La Quinta del Duque del Arco con sus jardines. El palacio de La Zarzuela se encuentra en el cuartel del mismo nombre en pleno monte de El Pardo.
EL MEDIO.
El monte de El Pardo es un privilegio para la población madrileña, pues constituye un espacio natural continuo situado al norte de Madrid y con altos valores ecológicos. Se trata de un encinar típico mediterráneo de acusada continentalidad sobre suelos arenosos, con un suave relieve ondulado sobre la vega del curso medio del río Manzanares, que lo atraviesa de norte a sur en un recorrido aproximado de 19 kilómetros.
Toda su superficie de 15.821 hectáreas se encuentra cerrada perimetralmente por tapias de distinto tipo (99 km) desde le época del Rey Fernando VI, aunque en algún tramo ha sido sustituida o reconstruida con otros materiales. Al norte limita con los términos municipales de Hoyo de Manzanares, Colmenar Viejo y Tres Cantos, al oeste con Torrelodones y Las Rozas, al sur con los barrios de El Plantío, Aravaca y Moncloa, y al este con Fuencarral, al que está unido como distrito dentro del municipio de Madrid, y los barrios de El Goloso y Valdelatas.
La zonificación que establece el Plan de Protección Medioambiental es: zona reservada: 14.700 ha; zona de uso público, 843 ha; zona de uso público restringido, 35 ha; zona de uso especial, 127 ha.
El encinar se asienta sobre un amplio valle formado por el río Manzanares en su curso medio. Su suelo está constituido por elementos arenosos y detríticos originados por la disgregación de los materiales graníticos provenientes de la sierra de Guadarrama y de la sierra del Hoyo de Manzanares, situadas al norte, junto con los materiales de arrastre aluvial del Cuaternario. Desde el punto de vista geológico y geomorfológico, el monte de El Pardo presenta una gran homogeneidad en todo su territorio. El suelo de El Pardo muestra, en consecuencia, un alto grado de inmadurez que lo hace muy vulnerable ante los procesos de erosión.
Además de la encina como especie principal, que vegeta en forma adehesada por la acción continuada del hombre, aparecen otras especies mediterráneas como acompañantes, bien formando bosquetes o aisladamente. Tales son: alcornoques, quejigos, enebros, fresnos, arces de Montpellier, coscojas, sauces, etc. Las especies arbustivas predominantes que forman manchas dentro y fuera del monte adehesado son: jaras, retamas, labiérnagos, romeros y cantuesos, y en las vaguadas con humedad edáfica aparecen los juncales.
El encinar, denso en algunos puntos y adehesado en la mayor parte del territorio, a veces en forma de dehesa hueca, es la formación vegetal dominante. Pero también es posible contemplar masas continuas de fresnos en los sotos de los arroyos principales, enebrales mezclados con chaparras, jarales, y así hasta 120 especies vegetales.
La diversidad faunística del monte de El Pardo es también considerable y digna de mención, toda vez que además de especies emblemáticas como el águila imperial, que sobrevuela los cielos de este espacio situado a escasos cinco kilómetros de la ciudad de Madrid, habitan numerosas especies de mamíferos (ciervo, gamo, jabalí, gato montés, conejo, tejón, zorro, gineta, comadreja, etc.). También habitan el monte varias especies de reptiles, desde la culebra de escalera hasta la lagartija cenicienta. La fauna ictícola se concentra principalmente en el embalse de El Pardo (550 ha), donde algunas especies alóctonas (carpas y lucios) alcanzan desarrollos considerables.
Destaca el monte de El Pardo por su riqueza en aves, presentes como: sedentarias, invernantes, estivales nidificantes o migratorias, razón por la que es declarado ZEPA, siendo la n.o 11,
denominada Monte de El Pardo, dentro del LIC de la Cuenca del Río Manzanares ES3110004. Águila imperial, águila perdicera, águila culebrera, aguililla calzada, buitre leonado, buitre negro, cigüeña negra, búho real, entre otras muchas otras aves, están presentes en este espacio. Y, asociadas al embalse, aves acuáticas: anátidas, ardeidas, limícolas, gaviotas y somormujos.
LA GESTIÓN.
La gestión, desde la creación de los Servicios Técnicos del Patrimonio Nacional (1983), ha sido totalmente conservacionista en un ecosistema tan frágil como es un encinar sobre arenas, siendo reconocido incluso por los mayores detractores de la actual situación su magnífico y casi único estado de conservación.
La propia Ley del Patrimonio, y después el Plan de Protección Medioambiental, encomiendan y atribuyen la gestión del monte de El Pardo al Patrimonio Nacional, y dotan a este espacio de una protección al menos igual a la que poseen los Parques Nacionales en toda España.
Para la redacción del citado plan se realizó un estudio de ordenación integral, que se denominó Plan de Estado y Protección. Este estudio completó desde el inventario forestal y los estudios botánicos, climáticos, edáficos y faunísticos hasta un primer plan cinegético, lo que hizo posible un mayor conocimiento integrado del monte.
En cada uno de los planes especiales y planes de manejo que el Plan de Protección obliga están contenidas las directivas de gestión, y a la fecha se han redactado todos y cada uno de los siguientes.
— Plan anual de actuaciones
— Plan especial de incendios
— Plan de uso público
— Plan de regeneración y mejora forestal
— Plan cinegético y de manejo de grandes herbívoros
— Plan de manejo del águila imperial
— Plan de manejo del buitre negro
— Plan de manejo de la cigüeña negra
— Plan de control de fenómenos erosivos, de recuperación de márgenes y de protección de avenidas.
Además de estos, existen otros planes encaminados a la defensa de dos especies botánicas: Securinega tinctoria y Vulpia fontqueriana, y de dos reptiles: Lacerta schreiberi y Lacerta monticola.
Dentro de cada uno de los planes se redactan los proyectos técnicos conforme a las disponibilidades presupuestarias, teniendo en cuenta que existen inversiones de carácter irrenunciable prioritarias, como la red de vigilancia y extinción de incendios forestales, y otros servicios, que agrupan desde los tratamientos culturales del encinar y el mantenimiento de repoblaciones hasta la limpieza y recogida de basuras de la zona de uso público.
EL EQUILIBRIO, OBJETIVO PRINCIPAL.
Ha de considerarse como principal objetivo del monte de El Pardo mantener en equilibrio del monte como espacio forestal y base de la cadena trófica y de las poblaciones de grandes herbívoros.
La balanza no debe nunca posarse en los extremos. Así como el encinar es capaz de resurgir de las cenizas como masa forestal mediterránea adaptada al fuego, demuestra su incapacidad de regeneración ante una excesiva carga cinegética continuada. Al objeto de conseguir este equilibrio, Patrimonio Nacional realiza la modalidad de descastes numéricos y selectivos sobre gamo, ciervo y jabalí.
A lo largo de la historia del monte, la existencia de caza siempre ha tenido consecuencias, la mayoría de las veces motivadas por la falta de control o por abuso del hombre, presionado por las circunstancias históricas. Hubo épocas en las que se culpaba a la decadente vegetación de la disminución de la caza, y en otras, las menos, en las que se culpaba a la caza de la degradación de la vegetación. Creemos pues de vital importancia mantener la balanza en equilibrio.
Aunque esta problemática es origen directo o indirecto de otras, tenemos que ser conscientes de la vulnerabilidad del monte de El Pardo y de sus valores medioambientales.
Son varias las amenazas que penden sobre este valioso enclave, unas causadas por la presión que desde el exterior se ejerce sobre el monte, sobre la que es difícil actuar, y otras de origen endógeno, menos conocidas.
Con respecto a las amenazas externas que sufre el monte de El Pardo, hay que tener en cuenta que es un espacio que prácticamente “sobrevive” a la enorme presión ejercida por la gran aglomeración urbana de Madrid con toda su área metropolitana.
Desde su extremo noroeste al extremo nordeste, El Pardo se encuentra totalmente embolsado y presionado por infraestructuras viarias como autovías y carreteras y líneas férreas de cercanías y de alta velocidad, tendidos eléctricos, infraestructuras hidráulicas -como las del Canal de Isabel II-, conjuntos residenciales como El Goloso, Los Peñascales, etc.
Esta presión a la que El Pardo se ha visto sometido en los últimos años ha ido creciendo paulatinamente.
No solo las infraestructuras constriñen el monte, las actividades humanas también marcan la diferencia: una nítida línea recta señala el límite del monte de El Pardo hacia el nordeste. Es la línea que separa la masa forestal de El Pardo de la zona agrícola y ganadera del municipio de Colmenar Viejo.
Otras actividades humanas llevadas a cabo fuera de los límites del monte suponen impactos de muy diversa índole en el interior del mismo. Por ejemplo, los vertidos de aguas residuales provenientes de las depuradoras situadas en la entrada de arroyos desde las poblaciones y los vertidos contaminantes ocasionales.
El hombre urbanita suele percibir el paisaje como algo estático. Sin embargo, el paisaje natural, definido como un complejo sistema de interacciones, se caracteriza por su dinamismo. Estas interacciones están protagonizadas por los componentes vivos e inertes (rocas, atmósfera, agua, plantas, animales, acciones humanas, etc.), en general, en un equilibrio bastante crítico y fácil de alterar.
El paisaje percibido de El Pardo, el fenosistema, sigue conservando un alto valor estético, y es nuestra responsabilidad como gestores de este espacio único mantenerlo y conservarlo en las mejores condiciones para uso y disfrute de las generaciones futuras. No obstante, nuestro monte perdura en el tiempo sin duda por su especial significado histórico.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS. — HERNÁNDEZ FERRERO, J.A. (2008): Veinticinco años de evolución en las restauraciones del Patrimonio Nacional. Bienal Fundación Caja Madrid. |
Artículo completo con fotografías (páginas de la revista) “Espacios Naturales Protegidos: Monte de El Pardo: Un monte ligado a la historia.” |