Los ciudadanos de bien, normalmente, buscan la paz y el bienestar social del país en el que habitan pues saben que son la mejor garantía de sus propios intereses privados. Las sabias lecciones que la historia del cuidado de la res publica nos ha venido ofreciendo desde la profunda transformación social de la Revolución Francesa, las hemos ido asimilando y concretando en la Democracia que hoy rige la vida de los países más avanzados de nuestro planeta. Hasta hace bien pocos años atrás, esta moderna democracia basada en el juego de los partidos políticos, parecía funcionar tan bien que, incluso, se recomendaba como la mejor solución política para los países pobres y en vías de desarrollo.
Desafortunadamente, esta visión beatífica que tan ricamente gozaban algunos países, está en serio peligro de desaparecer debido a las secuelas de las catastróficas crisis financieras y económicas que nos ha traído la llegada del siglo XXI. Con la mejor de las intenciones, los políticos se han dedicado a resolverlas, pero da la impresión de que no están siendo capaces de encontrar las soluciones que exigen el bien común de toda la sociedad. Esta manifiesta incapacidad, parece sugerir que la misma democracia está siendo víctima de esos partidos políticos en los que tan sólidamente se sustentaba.
A nivel nacional, los partidos políticos siguen divididos (por algo son “partidos”) incapaces de ponerse de acuerdo en coordinar estrategias y medidas que saquen al país de la crisis a fin de que el bien común de la sociedad vuelva a ser instaurado. Para no herir susceptibilidades nacionales, podemos ver como ejemplo preclaro lo que está ocurriendo en Estados Unidos donde los intereses partidistas de Republicanos y Demócratas están dando al traste con la misma gobernabilidad de la administración del Presidente Obama. Más que “estados unidos”, la misma “Unión Europea” parece ser también otra muestra evidente de esta desunión partidista.
Por supuesto que nuestras crisis actuales son sumamente complejas y no tienen parangón en la historia de ninguno de nuestros países. Pero intentar curar enfermedades nuevas con remedios antiguos, suele ser bastante complicado y lo más probable, totalmente ineficiente si no se han identificado sus causas. En el pasado, nuestros políticos han ido desarrollando sus teorías de gobierno de la res publica basados en una concepción del hombre y de la sociedad que sencillamente ya no existen.
Ninguna de las grandes figuras políticas de los siglos XIX y XX ha podido ni imaginar siquiera los profundos cambios sociales que han traído a nuestra ciudadanía, por ejemplo, dos de nuestros más importantes logros: uno, el así llamado estado del bienestar y el otro, en fechas más recientes, la popularización de la Internet entre los ciudadanos más despiertos.
A fin de mantener su supervivencia y con la anuencia expresa o tácita de los ciudadanos, los partidos políticos se han encargado de la promoción del bienestar de sus afiliados hasta tal punto que podríamos decir que han llegado a anular el mismo espíritu de iniciativa, creatividad, progreso y desarrollo de los ciudadanos: todo lo han dejado en manos del partido en el poder. Por otro lado, da la impresión que los partidos todavía no han sabido descubrir ni, mucho menos, integrar en sus fuerzas vivas, el tremendo potencial existente entre los “inter-nautas” que llevan una vida de viajeros permanentes en la Internet. ¿Cómo poder asimilar y dar cabida al dinamismo de estos millones de “inter-nautas” que conocen a fondo la realidad actual de lo que ocurre en el país y en el mundo entero? ¿No será mejor neutralizarlos o suprimirlos pues no están bajo la disciplina del partido?
La energía que se está generando en torno a la Internet, es algo que nunca ha existido y que podría poner remedio a la desidia y abandono en la que ha caído una gran parte de nuestros ciudadanos partidistas. Tal vez, los políticos ilustrados de nuestros días deberían dejar de pertenecer a cualquier “partido” que no haya sabido dar cabida a esas nuevas fuerzas integradoras de la sociedad más interesadas en el bien social que en etiquetas de ideologías de épocas pasadas. ¿Serán capaces nuestros modernos “inter-nautas” de aglutinar esas nuevas energías del ciudadano de hoy y devolver a la Democracia su prístino valor y significado?
Santiago Rupérez.
Taipei, 4-10-2011.