2011 y el futuro de los bosques del planeta.

Eduardo Rojas Briales, Subdirector General de la Organización para la Agricultura y la Alimentación de las Naciones Unidas. Responsable del Departamento Forestal.

Naciones Unidas celebra en 2011 el Año Internacional de los Bosques.

Los bosques cubren actualmente 4.000 millones de hectáreas, lo que equivale a un 31 % de la Tierra. Su extensión se ha venido reduciendo en proporción al avance de la colonización humana, si bien la deforestación se desacopla del crecimiento demográfico cuando los países entran la senda de la industrialización y desarrollo. Europa frenó y revirtió la deforestación a lo largo del siglo XIX, Norteamérica algo más tarde, y recientemente se ha repetido el mismo fenómeno en Asia –con algunas excepciones– y Cercano Oriente. Globalmente se pierden en términos netos 5,2 millones de hectáreas anuales, fundamentalmente en Latinoamérica y África, mostrando una reducción durante la década que acaba de finalizar del 37 % respecto a la anterior.

Las causas inmediatas de la deforestación están relacionadas generalmente con la conversión en cultivos agrícolas de pequeña escala (itinerantes) o de gran escala, pero la razón subyacente es casi siempre la pobreza, el crecimiento demográfico incontrolado, la débil gobernanza, los conflictos políticos o los problemas de tenencia y ordenación del uso de la tierra. Las políticas más exitosas han demostrado ser las que combinan una actuación concertada sobre las causas subyacentes a la vez que aprovechan todas las oportunidades para acelerar la intensificación agrícola y el consecuente abandono de la agricultura de subsistencia como oportunidad clave para recuperar los bosques. La FAO contribuye decisivamente a ello mediante sus proyectos de cooperación. Costa Rica como precursora a escala global del pago por servicios ambientales, Vietnam o China por sus políticas repobladoras y de privatización forestal dirigidas a la  población local son ejemplos paradigmáticos en este sentido.

En España los bosques cubren el 36 % del territorio, y la superficie considerada forestal (incluye matorral, pastizales extensivos, roquedos, etc.) supone el 55 % de aquel. Su extensión ha aumentado considerablemente tanto en términos cuantitativos como cualitativos a lo largo de los pasados 130 a 60 años dependiendo de las regiones, si bien la percepción social tiende a confundir las noticias de la deforestación tropical con la situación doméstica. Si comparamos fotografías de la primera mitad del siglo XX de cualquier rincón montañoso de nuestra geografía con su estado actual observaremos la evidente recuperación de los bosques. No deja de ser paradójico que sea precisamente el abandono rural el que haya permitido a los bosques recuperarse, pero a su vez es la causa que genera una base socialmente ajena al contexto forestal, lo que favorece políticas poco adecuadas a la realidad del recurso. La gravedad de los grandes incendios o los cada vez más frecuentes y peligrosos vendavales invernales en Europa occidental, que derriban amplias extensiones de bosques (p.e. en Aquitania en 2009), no son en realidad más que puntas de un iceberg de unos recursos forestales que carecen de encaje en una sociedad posmaterial.

Ante esa realidad se suelen plantear dos opciones extremas poco adecuadas. La primera consiste en aplicar meros criterios contables que condenan al 90 % de los bosques del planeta al abandono. En las condiciones de mercado actuales, y respetando criterios de sostenibilidad, únicamente los cultivos forestales intensivos (menos del 3 % mundial) o los bosques capitalizados y accesibles como los escandinavos son económicamente viables. En el resto de casos o bien requieren una importante capitalización (repoblación, regeneración de bosques degradados, densificación, bosques jóvenes, accesibilidad) o se trata de bosques netamente multifuncionales que protegen suelos inestables, regulan el ciclo del agua, preservan la biodiversidad o sustentan paisajes de alto valor terciario. En el primer caso se requieren importantes inversiones públicas o privadas, mientras que en el segundo debe asegurarse el retorno permanente de recursos para asegurar la viabilidad de una gestión respetuosa con la complejidad de las demandas.

Con el Año Internacional de los Bosques pretendemos elevar el interés de la sociedad y la atención política, con el objetivo de que las decisiones se tomen con la amplitud de miras, la perspectiva temporal y el consenso social que un recurso de tal relevancia territorial y ambiental requiere para poder ofrecer de forma permanente unos servicios clave a la sociedad.

La otra opción consiste en soñar que la inacción contemplativa en el marco de la protección estática sea la panacea de todos los problemas. Esta opción tampoco es realista, dado que condena a las poblaciones que habitan en las zonas forestales a la indigencia o la emigración, excluye los flujos económicos necesarios para restaurar y gestionar sostenible y multifuncionalmente los espacios forestales y pone trabas al aprovechamiento de un recurso natural renovable clave para el tránsito hacia la economía verde. El uso de la madera y otros productos forestales como el corcho respetando siempre los umbrales de sostenibilidad tiene una amplia gama de ventajas ambientales por su neutralidad en términos de emisión de carbono, sus condiciones aislantes, sus ventajas constructivas, su naturaleza renovable y su economía territorialmente dispersa que contribuye a dinamizar. Finalmente cabe recordar que el fuego acabará gestionando de una forma altamente insatisfactoria los bosques que hemos renunciado a gestionar activamente.

La política ambiental se ha centrado en el pasado excesivamente en los efectos ambientales de naturaleza negativa generados por la sociedad urbano-industrial (residuos, contaminación, ondas, ruidos, uso del suelo, etc.), extendiéndose de una forma confusa sobre los recursos naturales. La realidad es que estos generan efectos ambientales positivos sobre el conjunto de la sociedad –sobre todo en términos de fijación de carbono atmosférico, protección del suelo y el agua o preservación de la biodiversidad. Aplicar los mismos mecanismos diseñados para los efectos ambientales negativos es injusto e ineficiente dado que lleva a penalizar a quien presta un servicio a la sociedad. Las dos opciones extremas antes comentadas (criterio meramente económico o preservación estática) tienen el mismo efecto al no ser capaces de reconocer y retribuir el servicio vital que los bosques prestan.

Se trata de un reto que supera los límites forestales e incluye a la agricultura. ¿Cómo mantener el paisaje cultural europeo en el marco de una economía globalizada? No hay más remedio que avanzar en la sinergia de una producción de calidad orientada a los mercados en paralelo al reconocimiento objetivo de servicios ambientales sin distorsionar los mercados internacionales, y con ello, las opciones de desarrollo de terceros países.

Con el Año Internacional de los Bosques que celebramos en 2011, Naciones Unidas pretende elevar el interés de la sociedad por los bosques, así como la correspondiente atención política, con el objetivo de que las decisiones a todos los niveles se tomen con la amplitud de miras, la perspectiva temporal y el consenso social que un recurso de tal relevancia territorial y ambiental requiere para poder ofrecer de forma permanente unos servicios clave a la sociedad. Ahora es el momento.

Artículo completo con fotografías (páginas de la revista) “Especial: 2011 y el futuro de los bosques del planeta.”
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