Vestigios de una vida nómada en el bosque tropical del triángulo dorado.

Era una tarde del mes de febrero de 2008. Todos estábamos concentrados en nuestro trabajo. Por fin partíamos para hacer esa visita tan esperada, Ma Him Kon, una pequeña aldea en el corazón de las montañas del Triángulo Dorado. No tardé ni un minuto en pasarme a la parte trasera de camioneta en la que viajábamos, pues empezaron a abrirse ante nosotros unos paisajes tan maravillosos que enseguida me vi entre los macutos y maletas, amarrándome a donde podía a cada curva que dábamos, para intentar sacar al menos una fotografía que valiese la pena e intentase reflejar lo que veían mis ojos.

Aunque como digo íbamos concentrados en nuestro trabajo, y éste poco tenía que ver con el mundo forestal, me fue inevitable ir fijándome en la estructura de esos paisajes, en sus campos, en su flora, en la forma de cómo iban modelando el terreno sus habitantes.

Abandonamos la carretera asfaltada y nos desviamos hacia una pista de tierra para llegar a nuestro destino. Más tarde nos daríamos cuenta de que Ma Him Kon no era una aldea propiamente dicha, sino acumulaciones de casas a lo largo de toda la pista que asciende hacia la cima de una pequeña montaña. De repente, paramos. Hemos llegado. Nos recibe la familia que nos espera, en medio del revuelo de vecinos alrededor, con una sonrisa de oreja a oreja y un vaso de té en la mesa. Nos sentamos en unas banquetas tan pequeñas que bien se podría decir que estamos de cuclillas, y empezamos las presentaciones. Claro está que no entendíamos nada de su idioma, pero entre las traducciones de Fer, una miembro de la familia que habla inglés, y los gestos, poco a poco nos empezamos a conocer.

La primera impresión que me causaron los akhá, tribu a la que pertenece la familia que nos acoge, fue la mezcla de tradición y modernidad que parecían fundidas en un instante. Lo que quedaba reflejado en el teléfono móvil que la madre de esta familia llevaba colgado dentro de una funda elaborada con telas y motivos tribales.

“La diversidad cultural es tan necesaria como la biológica para la pervivencia. Abrid vuestra mente a otras culturas para entender el mundo y actuar en él.” Pío Maceda

Los akhá son una etnia nómada que durante años ha emigrado en busca de lugares donde formar pequeños asentamientos y en los que huir de las continuas guerras de los países colindantes. En concreto, viven distribuidos entre varias naciones: Myanmar (Birmania), Laos, Vietnam, Tailandia y China. Procedentes originariamente del Tíbet, emigraron durante siglos a Yunnán (China), donde residen todavía hoy las poblaciones más numerosas de akhá. Desde aquí, y a lo largo de la historia, se han ido desplazando a los países vecinos.

El norte de Tailandia, junto con Birmania y Laos, conforman lo que durante años ha venido llamándose el Triángulo Dorado, una vasta región en el corazón de las montañas del sureste asiático conocida con este nombre por ser el centro neurálgico de las plantaciones de opio (Papaver somnifera) durante las décadas de los 70 y 80 del siglo pasado.

Tailandia se halla en la península de Indochina, a excepción de su extremo meridional, que ocupa una parte de la península de Malaca. El país mide unos 1.770 km de norte a sur y unos 805 km de este a oeste, con un relieve orográfico muy variado con abundantes sistemas montañosos. Podemos imaginar la forma de una cabeza de elefante que limita con Myanmar al este (perfil de la cara), Laos al norte y nordeste (la oreja), Camboya al oeste y Malasia al sur. La trompa del elefante imaginario recorre el mar de Andamán y el golfo de Tailandia hacia Malasia. La serie de cordilleras que se prolongan de norte a sur ocupan la parte septentrional y el occidente del país. Las mayores elevaciones se dan en los sistemas montañosos que se prolongan hacia el oeste, a lo largo de la frontera birmana, y que se elevan hasta los 2.595 metros del Doi Inthanon, que es, por otro lado, el punto más alto de Tailandia.

Estábamos en febrero, pero no hacia frío, pues Tailandia goza de un clima tropical, en el que destaca la estación monzónica, que se caracteriza por los veranos calientes y húmedos y los inviernos secos. Etimológicamente, el nombre monzón proviene de la palabra árabe mausim, que significa estación. Un modelo idealizado de la estructura del monzón de verano es que éste se genera por el contraste térmico entre el continente y la superficie oceánica. No quiero ni imaginar lo que tiene que ser remontar esa pista de tierra en plenas lluvias monzónicas.

Si hablamos de la flora del sureste de Asia, en las latitudes más bajas predominan los bosques tropical y ecuatorial, donde con frecuencia se dan precipitaciones abundantes durante todo el año. El exuberante bosque tropical de árboles de hoja perenne abunda en especies como la teca (Tectona grandis) –de la que también se efectúan extensas repoblaciones, al igual que con el eucalipto (Eucaliptus globulus)- el roble (Quercus rugosa), y en variedades de bambú (Phyllostachys spp.) y plataneras (Musa acuminata y M. paradisiaca). Por encima de la línea del ecuador existe un bosque tropical más abierto, el llamado bosque monzónico.

En la zona donde nos encontramos, provincia de Chiang Rai, el bosque tropical está formado casi en su totalidad por cinco especies de bambú (Phyllostachys spp.), aunque también cuenta con alguna que otra especie del género Pinus (Pinus merkusii y Pinus kesiya) y especies tropicales como la mimosa (Mimosa pudica), que cuando la tocas pliega sus hojas. Como decía al principio, una de las cosas que más me llamó la atención fue la manera en que sus habitantes modelaban el terreno, pues se podía apreciar cómo estos bosques de bambú están siendo transformados a gran escala, con el fuego como herramienta, en plantaciones de té (Camelia sinensis), plataneras (Musa acuminata y M. paradisiaca) y piña (Ananas spp.), y de algunos árboles frutales como el lichi (Litchi chinensis). Así mismo, las zonas de ribera se están viendo roturadas para el cultivo del arroz (Oryza sativa).

Esta no es una circunstancia fortuita, pues el origen nómada de esta etnia lleva implícito un peculiar aprovechamiento del terreno, una agricultura adaptada al nomadeo. El agotamiento del suelo, lavado por las abundantes lluvias al quedar desprotegido, y el cultivo continuado sin ayuda de abonos es causa del abandono de las tierras conquistadas al bosque, sobre las cuales éste vuelve a reivindicar sus derechos, y del desplazamiento hacia otras zonas de la selva que serán entregadas al fuego como instrumento previo a la roturación.

Me es obligado por otro lado hacer hincapié en cómo las comunidades que viven en sus inmediaciones dependen de la explotación directa e indirecta -de baja intensidad- de los recursos forestales, que aprovechan para actividades como son:
- Pesca, pues la captura de peces es una fuente indispensable de proteínas en estas comunidades, pero insostenible a largo plazo, ya que se emplean métodos de pesca antiguos y muy agresivos con el medio, como es el vaciado de cauces. Hay muchas especies de peces cuya población ha descendido de forma alarmante. Por fortuna, se está trabajando en la construcción de pequeñas charcas para la cría de peces, dando así sus primeros pasos el desarrollo de la acuicultura.
- Plantación de té para venta o consumo propio.
- Rozas para cultivos breves de arroz, acompañado del aprovechamiento ganadero de búfalos (Bubalus bubalis),que les proporciona leche y carne.
- Sin olvidar el último y casi más importante de los aprovechamientos, el bambú, probablemente el material de origen vegetal más versátil que se conoce, que resulta básico para sus vidas: desde la fabricación de palillos para usar como cubiertos -entre otros muchos utensilios de cocina como vasos, morteros, etc.- y mobiliario de las viviendas -mesas y sillas- hasta la construcción de sus casas tradicionales e incluso de puentes.

Con respecto a la fauna observada, he de decir que no fue abundante, pero si quisiera destacar el enorme tamaño generalizado de cuanto ser viviente podía presenciarse por aquellos andurriales, desde el elefante asiático (Elephas maximus), empleado en algunas zonas como instrumento de trabajo, hasta las arañas apostadas en sus telas, los insectos que poblaban los frutales, entre los que se destacan las chinches, o las mariposas nocturnas con sus grandes alas.

Durante los días que permanecimos allí estuvimos sobre todo observando y aprendiendo su manera de vivir y sus costumbres, con el fin de poder trasmitirlos en España, ya que nuestro viaje se realizó dentro de un marco educativo (www.proyectoakha.org), en un proyecto de colaboración humanitaria con una ONG inglesa (www.handsworld.com). Pero me gustaría comunicar otro aspecto que percibí dentro de esta experiencia; y es que hasta ahora este pueblo era nómada, de manera que tras su paso la tierra se recuperaba por sí sola al ser abandonada. Ahora los akhá se han sedentarizado, pero han sido capaces de vivir en armonía con la tierra donde moran, de la que obtienen cuanto necesitan.

Si bien alcanzar mayores niveles de desarrollo de manera sostenible para estos pueblos es labor suya, sería responsabilidad de todos ayudar a realizar una buena gestión de esos montes que lo hicieran posible.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS.

- Peoples of Golden Triangle (2002).
- Paul and Elaine Lewis, River Books
- The Mirror Foundation

http://www.mirrorartgroup.org/

http://www.hilltribe.org

Artículo completo con fotografías (páginas de la revista) “Reportaje fotográfico: Vestigios de una vida nómada en el bosque tropical del triángulo dorado.”
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