Las razones de la sinrazón.

Jesús Alcanda Vergara, Ingeniero Técnico Forestal.

Estimado Director y amigo:
Me mueve enviarte esta carta el escrito publicado en el n.o 49 de “Foresta” (páginas 12 y 13), donde el Doctor Gil Sánchez intenta desacreditar, de forma innecesariamente agresiva, mi artículo sobre “Sacrificio de rentas cinegéticas en terrenos declarados ZEPA…” del n.o 42 de la misma revista.

No logro entender por qué este Doctor en Biología, para corregir lo que él cree errores de mi artículo, tenga que insultarme: me llama simple (línea 2.a, párrafo 1.o); me llama necio (línea 56.a, párrafo 1.o); me llama incompetente (líneas 67.a y 68.a, párrafo 1.o); me llama irresponsable (línea 2.a, párrafo 2.o); embaucador (línea 15.a, párrafo 2.o)…  Aunque yo fuera el peor ingeniero forestal, y mi artículo el peor de las revistas forestales, esto no da licencia a ningún doctor en Biología para insultarme, y la revista no puede colaborar con semejante atropello de la dignidad profesional, que además es indigno entre quienes ostentan titulación universitaria.

El imperativo de seriedad, que refleja el título de la carta del Sr. Gil, puede reclamarse desde la serenidad, la calma, la firmeza y la buena educación; nunca, desde el insulto. El colmo del despropósito es que el Sr. Gil toma como pretexto para insultarme varios supuestos (que no afirmaciones) que hice para explicar dos ejemplos que incluí en el artículo con el fin de que ayudaran a entender las hipótesis de trabajo, muy alejados, por supuesto, de la esencia del método de valoración de rentas cinegéticas propuesto.

La inmensa mayoría de los que usan palabras agresivas, hostiles, insultantes sospechan que no tienen razón, y que carecen de discurso para defender adecuadamente lo que pretenden; suplen con sus excesos su falta de convicción, su debilidad interna, su miedo a hacer el ridículo…

Si el Sr. Gil ha intentado con sus insultos provocar en mí respuestas airadas, polémicas, no caeré en esa tentación tan peligrosa. Sólo puedo responder que con sus insultos demuestra la inanidad de su escrito, la poca importancia y solidez de su formación y de sus conocimientos.

Decía Leonardo da Vinci que “…donde se grita no hay verdadera Ciencia”. El que está seguro de algo no tiene que alzar la voz, ni exaltarse, ni insultar: basta con que formule serenamente su convicción, justificarla y ponerla a prueba. El doctor Gil no ha hecho nada de esto, por eso me aburre soberanamente responder técnicamente a su agresión, entre otras razones porque el Sr. Gil tiene un talento inusual para condensar desatinos sobre mi artículo, que achaco a que no lo ha leído serenamente:

Cuando califica de desafortunado el título por ceñirse éste al sacrificio de rentas sólo en ZEPA, alega el Sr. Gil que todas las rapaces están protegidas, pero olvida que en nuestro ordenamiento jurídico sólo son compensables por la Administración los daños de renta o patrimonio derivados de la aplicación del Estatuto Protector de terrenos incluidos en espacios protegidos. El Sr. Gil no ofrece ningún dato específico para avalar las razones esgrimidas en su escrito: su discurso se refugia en la complejidad de la ciencia, en los insultos y en su título de doctor en Biología. Miento: da un dato: la densidad de “10 conejos por hectárea… cifra muy modesta para cotos conejeros…”. No haré comentarios sobre esta hipérbole sideral, que da idea del conocimiento del Sr. Gil en la materia.

El resultado de la carta del Sr. Gil es una exposición extremadamente limitada respecto al artículo que critica, con la que se quiere arrogar verbalmente un alcance que no le corresponde, y simula, también verbalmente, una importancia que en modo alguno posee.

Vivimos en una sociedad donde se han generalizado las formas violentas, donde se fomenta el crédito a la grosería y el insulto. Lo triste es que esto pueda venir de la mano de un consejo de redacción de universitarios que no ha sabido detectar el daño que tamaña agresividad hace a Foresta, y por ende, al COITF.

Sería deseable que evitáramos en nuestra Revista esa descorazonadora propensión a la exasperación, a la agresividad, a la sinrazón, tan habituales en otros órdenes sociales. Domine exordio orationes meas…

 

José Miguel Montoya Oliver, Doctor Ingeniero de Montes.

Sr. Director y mi estimado amigo y colega:
Leo asombrado la interminable carta al director que, en pasmoso ejercicio de libertad editorial y colegial, ha sido publicada en FORESTA por D. José María Gil Sánchez, Doctor en Ciencias Biológicas (N.o 49, pág. 12-13). No entraré en comentar la dimensión “bíblica” de la tremenda violencia pública, ejercida contra un noble profesional forestal que ni tan siquiera mencionaba en su artículo al Dr. Gil Sánchez. D. Jesús Alcanda Vergara se basta y sobra para defender sus legítimos intereses; pero conste mi solidaridad con él y mi oposición a cualquier tipo de agresión injustificada, desmesurada, gratuita e innecesaria.

El tono es impropio del debate universitario y más aún en cualquier doctor, improcedente también en una revista técnica. No son los petulantes títulos que obtenemos a los pocos años de edad lo que nos clasifica o no de por vida como investigadores o científicos, sino nuestro esfuerzo y nuestras aportaciones personales. Un párrafo me llama poderosamente la atención: “En realidad, los impactos de depredación deben estimarse sobre la producción neta de la presa, y esto tan sólo se puede conseguir mediante complejos modelos estadísticos, donde se incluyen las tasas de mortalidad y el éxito reproductor, parámetros condicionados por la edad y el sexo”.

Mala suerte no haber conocido antes al Dr. Gil Sánchez, porque tras 40 años de investigación en esa precisa materia (eso sí: sin la titulación según él requerida), apenas si ahora mismo estoy saliendo del embrollo conceptual y matemático asociado al “Diseño y cálculo de sostenibilidad de las estructuras biológicas”. Resulta que él sí sabía cómo hacerlo… Esto me pasa por no estudiar su bibliografía personal como autor ¡Claro que tampoco la encuentro! En fin, a D. Jesús Alcanda Vergara, ejemplo de comportamiento y vida forestal, no le queda sino perdonarle, desde su conocida altura intelectual, con una cristiana sonrisa de comprensión y unas alegres gotas de sorna murciana. Yo, ya ve, no me río. Verá: no me gusta que no me dejen ser ni ecólogo ni biólogo, probablemente soy demasiado viejo ya como para padecer “titulitis”.

 

 

Marisa Mesón García, Doctora en Ciencias Biológicas.

Director de FORESTA y estimado amigo D. Javier Cantero:
Mi colega, el Doctor en Ciencias Biológicas D. José María Gil Sánchez, publica en FORESTA n.o 49 una extensa “Carta al director”, criticando un excelente artículo técnico publicado por D. Jesús Alcanda Vergara, persona con la que he tenido ocasión de colaborar profesionalmente en diversas ocasiones, y a quien conozco y respeto en diferentes facetas de la vida. No comentaré las agresiones personales lanzadas contra el Sr. Alcanda, porque hay cosas que se contestan solas. Sí diré que asistí al Congreso en que se debatió la Conferencia base de dicho artículo, y desde luego no se escucharon en el debate tamañas barbaridades, sino más bien elogios y parabienes.

Sí niego la mayor: “para ejercer como ecólogo (no confundir con el término ecologista) tienes que cursar una formación académica superior muy concreta…”. Verá Dr. Gil: las personas que más biología y más ecología me han enseñado a lo largo de mi ya muy dilatada experiencia profesional e investigadora eran titulados de grado medio, Ingenieros Técnicos Forestales, en concreto D. José Luis Allué Andrade y D. Jacobo Ruiz del Castillo; el Director de mi Tesis Doctoral es Ingeniero de Montes; usted, con esa afirmación, acaba de prohibir la ecología a D. Salvador Rivas Goday, a D. Salvador Rivas Martínez, a D. Francisco Bellot, a D. Carlos Vicioso, a D. Juan Ruiz de la Torre, a Huguet del Villar y hasta al mismísimo Margalef. ¡No le va a quedar nadie! Bueno, Ana García Obregón, sí.

Biólogos en el más amplio sentido del término (s.l.) hay muchos: forestales, ambientalistas, agrónomos, biólogos (s.e.), farmacéuticos, veterinarios, médicos… Ecologías hay en cada una de esas ramas y en muchas otras más: ingenieros industriales, de caminos, arquitectos… No olvidemos a los físicos, paisajistas, geógrafos, sociólogos… Tampoco a los ecologistas (no los menosprecie). Grande es el campo y faltan obreros.

La ecología es hoy una cultura global. Todos y cada uno tenemos el derecho ¡y hasta el deber! de conocerla, aplicarla y defenderla. Abandone toda esperanza, el corporativismo es defensa de mediocres y no va ya a ningún lado. Por cierto, D. Jesús Alcanda Vergara hablaba de manejo y, por tanto, no sólo de ecología, también de economía agraria y de sociología rural, disciplinas que a usted, como a mí, nos desbordan. Hablaba de técnica, no de falsas ciencias; desde el terreno, no desde la soberbia; reflexionaba en voz alta; construía, no ofendía. Otro foro pues para sus trasnochadas leccioncitas.

 

Artículo completo con fotografías (páginas de la revista) “Cartas al director: Las razones de la sinrazón.”
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