Perspectivas de la lucha contra los incendios forestales.

Mariano Torre Antón, Ingeniero de Montes.

La lucha contra los incendios forestales no es una cuestión de los últimos doce años. Aunque es cierto que en este tiempo se ha agravado una circunstancia que no ayuda a enfocar adecuadamente la solución: ha aumentado la inversión pública en la extinción y ha disminuido en la prevención. Se ha producido una excesiva apuesta por los aspectos técnicos y tecnológicos y muy poca por los socioeconómicos  y socioculturales que determinan el mantenimiento del uso del fuego como herramienta de trabajo y la estructura actual de la vegetación.

NUESTRO PROBLEMA SON LOS GRANDES INCENDIOS.
Los grandes incendios son escasos; sólo constituyen el 0,1% del total. Sin embargo, producen el 50% del daño. Los mayores entre ellos, los incendios catastróficos, son especialmente importantes.

En España, cada año hay como poco un incendio catastrófico. Durante la última década, Grecia y Portugal han sufrido varios de estos episodios, con sus dispositivos desbordados, alcanzando situaciones de auténtica emergencia nacional, que han provocado una gran alarma social y que, probablemente, fueron motivo de los cambios de gobierno posteriores.

Los efectos ambientales de un gran incendio son relevantes y, además, tienen un efecto social devastador, de ámbito nacional o incluso internacional, especialmente si hay muertos. Los grandes incendios son una estrella mediática y, por tanto, centro de disputa política o sindical, en especial los catastróficos. No digamos si hay víctimas. Asumimos con cierta cordura 3.000 muertos al año en las carreteras, pero un único muerto en el operativo de extinción de incendios genera un estado de locura colectiva en la que participan medios de comunicación, partidos políticos, sindicatos y judicatura, tanto fiscales como jueces. Nadie entendería que por cada muerto en una carretera se procesara al Ministro de Fomento y a un par de docenas de funcionarios. En los incendios forestales se hace.

Después de cada incendio catastrófico se han revisado apresuradamente los operativos de extinción distanciándolos cada día más de la prevención, dejando al margen el origen y las circunstancias del problema.

Un número elevado de incendios de pequeñas dimensiones no es en sí un problema, pues cualquier tipo de vegetación tiene respuestas rápidas y eficaces. Sin embargo, un gran número de incendios propicia una alta probabilidad de que se produzca un incendio catastrófico. De hecho, cada vez en mayor medida, los daños se concentran en fechas muy concretas, de riesgo extremo, en las que los dispositivos de extinción se desbordan y muestran sus limitaciones tácticas.

Estas situaciones extremas se producen por una triple combinación:
1. Situación meteorológica crítica por elevadas temperaturas, baja humedad relativa y fuertes vientos: la conocida tríada 30/30/30 (más de 30 ºC, menos de 30% de humedad relativa y más de 30 km/hora). Está situación es explosiva con sequía acumulada de más de dos meses, cosa que sucede casi todos los años en algún momento del verano.
2. Mantenimiento de un número elevado de incendios, a pesar de las campañas de comunicación y de los avisos de riesgo.
3. Abundancia de estructuras de vegetación de elevado riesgo por la elevada cantidad y continuidad del combustible fino. Nuestros montes son extremadamente combustibles; están llenos de matorral que arde muy bien y que, a diferencia de los paisajes de hace medio siglo, tienen una gran continuidad, por ello cualquier incendio puede tornarse catastrófico en días de viento fuerte y sequía acumulada.

Desgraciadamente, la tendencia natural de los tres parámetros es negativa. Los pronósticos de cambio climático prevén una mayor frecuencia de estas situaciones extremas; la continuidad y combustibilidad del combustible vegetal aumenta en un contexto de creciente abandono del monte y de las actividades forestales; y no parece que el número de fuegos disminuya en las fechas de riesgo extremo.

LA LUCHA CONTRA LOS INCENDIOS FORESTALES ESTÁ VOLCADA A FAVOR DE LA EXTINCIÓN.
España y otros países europeos se han dotado de complejos y costosos dispositivos de extinción de incendios. Estos dispositivos, en los que se han realizado notables mejoras y obtenido favorables resultados, están preparados para trabajar en las condiciones más frecuentes, por ello crece la proporción de conatos en las estadísticas, por el uso del ataque directo con medios aéreos que llegan inmediatamente al fuego y lo apagan. Sin embargo, están poco preparados para responder en condiciones difíciles (30/30/30/sequía), cuando los medios aéreos son poco o nada eficaces.

La mejora de la capacidad en los grandes incendios pasa por emplear personal capacitado para trabajar con ataques indirectos y en trabajo nocturno. Los medios aéreos no trabajan de noche cuando llega el momento propicio para el control al romperse la tríada 30/30/30. Los medios aéreos tampoco trabajan bien con viento y no pueden acercarse a las columnas de convección que se dan durante el día en estos incendios.

En la mayor parte de los países de nuestro entorno mediterráneo se ha optado por operativos de extinción basados en bomberos (protección civil), que son caros, que en su trabajo no realizan gestión del combustible (modificación de la estructura de la vegetación) y que sus métodos y formas de trabajo son poco eficaces en grandes incendios (agua con helicópteros y vehículos auto-bomba).

No existe una estrategia centrada en la prevención. Existe una desmesurada preocupación por los aspectos técnicos y tecnológicos y muy poca por los socioeconómicos y socioculturalesque determinan el mantenimiento del uso del fuego y la estructura actual de la vegetación.
La increíble ignorancia de las causas conduce a la imposibilidad de concebir remedios. Sólo tratamos los síntomas.

APENAS SE HA AVANZADO EN PREVENCIÓN.
No existe una estrategia centrada en la prevención. Ni siquiera se tiene una idea clara de lo que significa la prevención. Existe una desmesurada  preocupación por los aspectos técnicos y tecnológicos y muy poca por los socioeconómicos y socioculturales que determinan el mantenimiento del uso del fuego y la estructura actual de la vegetación.

La prevención requiere una toma de conciencia de las causas que no se ha dado. El análisis de los datos del EGIF conduce a una conclusión clara: alrededor del 75% de los incendios conocidos tiene el mismo origen: uso rural del fuego para manejo de la vegetación. La causa de los incendios forestales es, en su parte esencial, la utilización del fuego como herramienta de manejo del territorio. Sin embargo, y a pesar de la abrumadora claridad de los datos, la sociedad española sigue alimentada por los mitos tópicos causales repetidos por los medios de comunicación en los últimos 25 años.

La increíble ignorancia de las causas conduce a la imposibilidad de concebir remedios. Sólo tratamos los síntomas.

DEBEMOS TRABAJAR EN PREVENCIÓN.
Dado que poco puede hacerse para cambiar la tendencia de mayor frecuencia de episodios de riesgo meteorológico extremo, salvo la puesta en marcha de las políticas de mitigación del calentamiento global, que no darían resultado a corto y medio plazo, podemos trabajar en controlar los otros dos factores de riesgo de los incendios catastróficos.
- Mediante el manejo de los combustibles forestales y el cambio del modelo de paisaje y formaciones vegetales.
- Reduciendo el número de incendios forestales a través de la modificación del comportamiento de los usuarios del fuego.

En la adaptación del paisaje vegetal prácticamente no se ha trabajado hasta el momento, y la estructura de nuestra vegetación es hoy de mucho mayor riesgo que hace cinco décadas. También es ambientalmente mucho más valiosa, puesto que nuestro patrimonio forestal se ha enriquecido de manera extraordinaria.

Apenas se ha trabajado en la modificación de los comportamientos, y de hecho todavía no se ha conseguido reducir el número de fuegos de forma clara. La mitificación de las causas ha ocultado el verdadero fundamento del problema, por lo que las experiencias en este campo son muy escasas.

Ambas cuestiones están íntimamente conectadas, ya que a mayor abundancia de estructuras vegetales de riesgo, mayor es la “necesidad” de su control; y este control se ha realizado con fuego en cualquier sitio del planeta y en cualquier época histórica. Por lo tanto, o se modifica el actual estado
de la vegetación o el número de incendios seguirá en los valores actuales, a menos que se produzca un cambio sociológico de relieve. Pero esto también depende de la estructura de la vegetación: una vegetación que no ofrece posibilidades de generar valor económico a través de rentas o de empleo para los habitantes rurales impide el cambio sociológico hacia una  valoración local del bosque.

Por lo tanto, el centro sobre el que pivotan tanto el número de incendios como de los incendios catastróficos radica en una vegetación actual extremadamente peligrosa.

LA CLAVE DE LA SOLUCIÓN DEL PROBLEMA ES LA GESTIÓN DE LA ESTRUCTURA DE LA VEGETACIÓN.
Cualquier avance en la lucha contra los incendios forestales pasa por transformar la actual estructura vegetal de nuestro paisaje que en verano se ha convertido en un auténtico polvorín. No hay elección.

Para que el programa de gestión de la estructura sea eficaz debe tener varias características:
- Debe realizarse a una escala suficiente. Sin un programa suficiente de manejo del combustible no es esperable una mejora de la estructura de la vegetación que consiga disminuir el riesgo de grandes incendios. La intervención debería beneficiar al 5% anual de la superficie forestal.
- Debe integrar varios tipos de acciones, como tratamientos selvícolas de manejo de combustible, desbroces silvopastorales y pastoreo ordenado, cortas de madera o biomasa…
- Va a requerir inversión pública para acciones no rentables que se justifican porque es justo que la sociedad financie los gastos de conservación de los montes por los beneficios generales que proporcionan.
- Debe ser eficiente en la utilización de recursos económicos, integrando las labores selvícolas de aprovechamiento.
- Las acciones de manejo de la vegetación deben ser coherentes con la creación de una economía forestal sostenible que a la larga sabemos que es lo que va a consolidar una cultura rural sin uso del fuego -como ha ocurrido en Soria- y que además mantiene estructuras de bajo riesgo.

Dado que poco puede hacerse para cambiar la tendencia de mayor frecuencia de episodios de riesgo meteorológico extremo, podemos trabajar en controlar los otros dos factores de riesgo: Mediante el manejo de los combustibles forestales y el cambio del modelo de paisaje y formaciones vegetales. Reduciendo el número de incendios forestales a través de la modificación del comportamiento de los usuarios del fuego.

LA GESTIÓN DE LA ESTRUCTURA DE LA VEGETACIÓN TENDRÁ NOTABLES REPERCUSIONES EN LA MEJORA DEL PROBLEMA DE LOS INCENDIOS.
Si se trabaja a la escala expuesta, en diez años la peligrosidad de nuestro paisaje se reduciría apreciablemente; el cambio en la continuidad vertical y horizontal del combustible y en las cargas de combustible fino pueden ser suficientes para bajar el riesgo de forma sensible. El trabajo de manejo de la vegetación es imprescindible para acondicionar con anticipación zonas de control.

Sin duda es la clave para bajar el número de incendios, ya que conecta bien con la base de la motivación causal: la necesidad de manejo de la vegetación. La ordenación de la ganadería mediante un programa de manejo con desbroces ya está dando resultados donde se aplica. La modificación del comportamiento de la población que utiliza el fuego pasa por inducir el uso de herramientas alternativas.

Representa también una oportunidad para la evolución hacia estrategias de lucha en que prevención y extinción fueran acciones estrechamente vinculadas, en las que participaran los mismos equipos humanos. Esto mejoraría la eficacia de los operativos de extinción en grandes incendios. Los operativos de brigadas forestales están mejor preparados para un gran incendio, ya que sus métodos y la maquinaria forestal les permiten realizar trabajo nocturno y ataques indirectos sin agua, imprescindibles para parar la cabeza de un gran incendio. No hay que confundir profesionalización con capacitación: los bomberos urbanos no están más capacitados que los trabajadores, agentes y técnicos forestales por mucho que sean profesionales de las situaciones de riesgo, en las que los incendios forestales son una más entre muchas.

Este efecto se retroalimenta: toda evolución de los operativos de extinción del tipo bombero al tipo forestal representa ahorro, eficacia y modificación de las causas. Por el mismo coste se hace prevención, y los operativos son más eficaces en los grandes incendios.

NECESITAMOS ACELERAR LA DINÁMICA NATURAL.
El paisaje actual ni es estable ni se ha dado nunca antes en la historia. Es un tipo de paisaje que se debe a la coincidencia de tres factores: la antigua deforestación mayoritaria del territorio, el súbito abandono de la explotación que la motivaba y el mantenimiento del uso frecuente y generalizado del fuego. El resultado es el aumento de talla de los matorrales, la lignificación y matorralización de los pastizales y la densificación de los espacios arbolados, con arbolitos que actualmente son de pequeño tamaño y elevada ramosidad, sin solución de continuidad con un sotobosque abundante de arbustos de mayor talla. La combinación de corta y quema frecuentes y el pastoreo favorecieron a las especies de mayor capacidad de rebrote y menos nemorales, castigando y expulsando a otras muchas. Por ejemplo, los extensos brezales, heliófilos y pirófitos en extremo, del noroeste español son el resultado de esta selección provocada por el hombre. El abandono de la presión humana ha permitido su gran extensión como primera fase temporal de cambio.

Su evolución traerá consigo a medio plazo el cambio de la composición específica de muchas de nuestras formaciones forestales, pues el cese de los antiguos usos esta favoreciendo, en una segunda fase, la colonización de los extensísimos espacios desarbolados por especies arbóreas, que con su densificación (aumento de la nemoralidad) producirán estructuras vegetales menos combustibles.

Ahora nos encontramos ante una inadecuación genética de muchos paisajes al presente actual y al futuro, ante un modelo de vegetación condenado a desaparecer para dar paso a un paisaje que será arbolado en mucha mayor medida. Se trata de una fase de transición cuya duración a escala humana es muy elevada, de entre 50 y 100 años. La gestión de las estructuras permitirá acortar el proceso.

Estamos en un proceso de cambio de la vegetación en España. Sólo actuando decididamente sobre la vegetación podremos acelerar el proceso hacia montes con arbolado más maduro y menos zonas de matorral continuo. Este matorral es el combustible perfecto para la propagación de los grandes incendios forestales.

Artículo completo con fotografías (páginas de la revista) “Especial: Perspectivas de la lucha contra los incendios forestales.”
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