La caza: radiografía de los últimos doce años.

Santiago Ballesteros Rodríguez, Secretario General de la Real Federación Española de Caza.

España es un país preñado de hipocresía. La caza no ha sido ajena al rodillo de lo políticamente correcto. Podría decirse incluso que la historia de la caza es la historia de un prejuicio.

Que a estas alturas, la caza siga siendo considerada en muchos espacios protegidos como un “uso incompatible” con la conservación del medio es sencillamente escandaloso, además de falso. Siempre que argüimos este asunto, la corrección política nos contesta con simplezas como que los Parques Nacionales son apenas el 1% de la superficie nacional, o que la caza haría incompatible otros usos recreativos en los Parques Nacionales. La primera excusa se desmontaría explicando al contribuyente que sus impuestos se usan para que unos funcionarios públicos realicen en el 1% del territorio nacional y en espacios públicos un trabajo necesario, cazar, que podrían realizar los cazadores gratis o incluso pagando. Es más, sería deseable saber cuánto cuesta a los contribuyentes el “control poblacional” que la administración realiza en ese 1% de nuestro territorio. La segunda excusa para no permitir que el “control poblacional” de ciervos y jabalíes lo hagan los cazadores y no los funcionarios o Egmasa, o quién sea, es todavía más fácil de desmontar si tenemos en cuenta que, por ejemplo, Cabañeros tiene una superficie de 25.000 hectáreas que permiten acoger ambos usos del parque, y que además la caza puede hacerse en días y circunstancias absolutamente seguros (como podría ser un lunes). El caso es que el disparo de un guarda suena igual que el de un cazador, ¿o no?

El ejemplo de los Parques Nacionales es el paradigma más claro de lo que los prejuicios y las posturas desde el desconocimiento y el resentimiento han causado. Afortunadamente para los ciudadanos españoles, y para los cazadores, las cosas están cambiando. A las administraciones y a muchas organizaciones conservacionistas serias y respetadas les ha pasado como a San Pablo, que pasó de perseguir cristianos a predicar el Evangelio: de han caído del caballo. En cuestión de poco tiempo, todo el mundo se ha dado cuenta de que la caza es, entre otras cosas, imprescindible para mantener controladas en densidades adecuadas las poblaciones de ciervos, corzos, jabalíes, conejos o liebres. Si no se cazasen estas especies, o se hiciera en menor proporción, la rentabilidad de la agricultura en muchas zonas de España sería nula. ¿Se ha parado a reflexionar la sociedad en que sí no se cazaran jabalíes sería imposible transitar con seguridad por muchas carreteras españolas?, ¿alguien ha pensado que si no existiera casi ese millón de cazadores en España habría que crear el “Cuerpo de Cazadores del Estado” o algo similar?  Creo que, como mínimo, una visión honesta y objetiva del
asunto requiere una reflexión sobre todo esto.

El éxito de algunas zonas para la caza, mayor o menor, ha derivado en una intensificación de la actividad que ha llegado hasta la artificialización. La contaminación genética por la suelta de ejemplares hibridados es inaceptable.

Además, no debemos olvidar que la caza es en muchas zonas de España una actividad que aporta recursos y rompe la estacionalidad de las actividades económicas rurales. Sin ir más lejos, en mi tierra, el Campo de Montiel, las cacerías, los días de ojeo, la guardería, forman parte del paisaje. Treinta o cuarenta días de ojeo cuando ya se ha terminado la vendimia y no ha empezado la recogida de la aceituna suponen una contribución innegable a zonas tan económicamente deprimidas como éstas, en las que por mucho se diga, el turismo rural no es, ni será, el bálsamo de Fierabrás.

Sin embargo, hay que anotar que la comercialización de la caza ha traído nuevas incertidumbres sobre el sector y la actividad. El éxito de algunas zonas para la caza, mayor o menor, ha derivado en una intensificación de la actividad que ha llegado hasta la artificialización. Además, en algunos casos, la falta de escrúpulos y el escaso celo de algunas granjas y organizadores ha llevado problemas sanitarios y genéticos a las poblaciones salvajes. La contaminación genética por la suelta de ejemplares hibridados es inaceptable. Afortunadamente, todos los agentes implicados se han concienciado del problema y han puesto los medios a tiempo. La caza tiene también sus ángeles y demonios, y es necesario efectuar un profundo debate interno sobre muchas cuestiones. Actividades como el uso de venenos para la eliminación de predadores son intolerables. La Real Federación Española de Caza ha estrechado lazos con organizaciones como la Fundación Félix Rodríguez de la Fuente y la Fundación Oso Pardo, uniendo esfuerzos para luchar contra este crimen que tan mala imagen proyecta sobre un gran colectivo. Se están estudiando incluso personaciones conjuntas en casos de envenenamiento.

Pero los grandes males del campo, y de la caza, provienen de su excesiva burocratización. La caza está demasiado intervenida, que no es lo mismo que controlada. En muchos casos, esa intervención es tan asfixiante que provoca la ruina del sector y conduce a situaciones absurdas. El paradigma de este excesivo papeleo son las licencias de caza autonómicas, 17 ó 18. Cuando el ministro Bermejo fue cazado sin licencia pareció abrirse este melón, e incluso la camaleónica casta política pareció darse cuenta del trampal en el que nos ha metido durante todos estos años. En la Europa de las libertades, en la que con el mismo carné de conducir o DNI puede uno viajar de Irlanda a Liechtenstein pasando por Teruel, resulta que para cazar en el pueblo a diez kilómetros de mi casa, en otra región de España, tengo que sacar una nueva licencia. Así hasta 17 ó 18 documentos, leyes de caza, órdenes de veda… La igualdad de derechos y obligaciones de todos los españoles es cada vez más una quimera.

Sin embargo, y a pesar de la Administración, cada vez hay más caza, sobre todo, mayor. El corzo, el venado y especialmente el jabalí han evolucionado en un sentido muy positivo. En el caso de los cochinos, sus capturas han aumentado un 600% en las últimas décadas. En la caza menor, aunque la perdiz silvestre es cada vez más escasa, se mantiene, y el conejo se ha recuperado muchísimo, convirtiéndose en algunos casos en una pesadilla por los daños que produce. Los cazadores, por su parte, son menos en número aunque más activos, y muy concienciados de la importancia de una caza bien hecha para la conservación del medio. El buen estado de los hábitats es una aspiración íntima de todo cazador que desea disfrutar de un entorno natural óptimo en el que abunden las especies cinegéticas.

Prejuzgar lleva siempre a cometer injusticias, a equivocaciones. Nos priva de la independencia necesaria. Cercenar esas cadenas nos permite pensar con libertad y sin presiones interesadas. La caza, con sus problemas y con sus defectos, es una sólida base sobre la que conservar territorios y paisajes. El futuro de nuestras especies silvestres –incluidas las cinegéticas- es el futuro de la caza y de los habitantes del medio rural. La sociedad debe saber liberarse de prejuicios y aliarse con los cazadores en la cruzada de la conservación.

La caza, con sus problemas y con sus defectos, es una sólida base sobre la que conservar territorios y paisajes.
El futuro de nuestras especies silvestres –incluidas las cinegéticas es el futuro de la caza y de los habitantes del medio rural.

Artículo completo con fotografías (páginas de la revista) “Especial: La caza: radiografía de los últimos doce años.”
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