Los Canchos de Ramiro: un paisaje del inicio de los tiempos.

Comunicacion tecnica Los canchos de Ramiro un paisaje del inicio de los tiempos

Miguel Herrero Uceda, Doctor Ingeniero y divulgador científico.

Una antigua leyenda de la comarca cacereña del valle del Alagón cuenta que en una noche en la que los mozos de Ceclavín estaban celebrando la entrada en quinta, apareció una cabra. Los jóvenes, entre bromas, quisieron apresarla. La cabra tan pronto aparecía entre ellos como se escabullía y volvía a aparecer más allá, hasta que, en la oscuridad de la noche, los mozos se dieron cuenta de que habían llegado hasta un paraje indómito y que la cabra era el mismo Lucifer que los había traído a sus dominios: los Canchos de Ramiro.

¿Por qué la tradición popular fijó este espacio como el lugar donde podría habitar el demonio? Pues, para empezar, los Canchos de Ramiro están situados en un lugar alejado de todas las poblaciones de la comarca. Se caracterizan por los impresionantes riscales graníticos que forman farallones verticales en su encuentro con las aguas del Alagón. Navegar en silencio por estos lugares es retroceder a otras eras geológicas, llegar a la naturaleza en estado virginal. Un paisaje que parece nacido en los primeros días de la creación, o quizás de la época de los grandes pterosaurios, pues aunque estos saurios voladores desaparecieron hace muchos millones de años, dejaron su sitio a las grandes rapaces, como los buitres leonados o las águilas reales que hoy pueblan estos canchos. Por el Alagón, a golpe de remo, se avanza cauteloso, como quien teme profanar un lugar sagrado. Desde lo alto del acantilado, docenas de buitres vigilan nuestro paso; algunos extienden sus alas para cruzar el aire en amplio vuelo y juntarse con los numerosos grupos que a gran altura otean el horizonte.

Quince buitres imagino, diez son negros, cinco pardos; los pellejos del gañote, rosa rojo amoratado, y el collar blanquiamarillo, del plumón más delicado. Monjes sin regla y sin votos, sin virtudes ni pecados; pechos sin gozo y sin pena; ojos sin risas ni llantos. Los verás al sol poniente, cuando aún doran sus rayos las más altas cresterías que coronan los barrancos, en el cancho inaccesible, dormitando.
Rafael Sánchez Ferlosio, Los Canchos de Ramiro.

La fragosidad de la vegetación entre canchales y el propio relieve de este reducto natural han soportado estoicamente el peso de la Historia, a pesar de haber estado habitado desde la más remota antigüedad, como lo atestiguan las pinturas rupestres halladas en su entorno. Durante la Edad Media, estas formaciones rocosas hacían las veces de frontera entre reinos, pues constituyen una muralla natural que se extiende desde Portugal hasta Monfragüe. En el siglo XII, Coria constituía el extremo meridional del Reino de León. No lejos estaba el Reino de Castilla, que en aquella época refundaba la ciudad de Plasencia como plaza fuerte y centro para repoblar su comarca. Al sur de esta formación natural se extendía el Reino Taifa de Badajoz. Prueba de este carácter fronterizo de los Canchos son los fuertes que se han construido en los portiles de sus prolongaciones, como el castillo de Marmionda en Portezuelo o el de Monfragüe. Incluso la etimología de Canchos de Ramiro parece aludir a un antiguo castillo situado en la confluencia del Alagón con el Arrago, un puesto musulmán de vigilancia que, tras la reconquista, pasó a depender de Ramiro, capitán de las huestes del Arzobispo de Toledo.

Durante siglos, este enclave ha permanecido alejado de la mano del hombre, hasta mediados del siglo XX, cuando la construcción del gigantesco pantano de Alcántara ha dejado el río convertido en un embalse. Pero lo peor no ha sido la transformación del entorno, pues si el hombre ha demostrado su capacidad en destruir paisajes, la naturaleza es maestra en recrearlo, lo único que necesita es que le demos estabilidad. Una estabilidad que con la mala gestión del pantano no se está consiguiendo. Para que una presa hidroeléctrica obtenga el mejor rendimiento, debe de estar al máximo de su capacidad. A media altura, el mismo caudal de agua no llega a producir ni la mitad de energía que si estuviera llena. La subida del nivel de agua mata toda la rica flora de ribera, y su bajada provoca su sequedad, dejando al descubierto un terreno estéril. Dejar que se vacíe, desde el punto de vista energético, es pan de hoy, hambre de mañana. Si se mantuviera aproximadamente constante el nivel de agua, se enriquecería mucho este extraordinario ecosistema que está declarado zona ZEPA (Zona de Especial Protección para Aves) y forma parte del conjunto de Espacios Naturales Protegidos de la Red Natura 2000 de Extremadura. Si por sí solos son de gran importancia, su situación geográfica le añade un valor estratégico, pues al estar situado entre el Parque Natural de Tajo Internacional y el Parque Nacional de Monfragüe, los Canchos ofrecen una continuidad natural para permitir la movilidad entre las distintas especies de animales que forman toda la fauna del bosque mediterráneo.

Al visitante, una de las características que más le llaman la atención de estos paisajes es la transparencia y altura de sus cielos, que permite recrearse con los sucesos atmosféricos; las tormentas, el colorido y las formas cambiantes de las nubes, el amanecer o la puesta de sol. Por la noche es el cosmos el que adquiere el protagonismo, con un cielo limpio y de una gran visibilidad. La contemplación nocturna de planetas, estrellas y galaxias, desde cualquier lugar alejado de las luces de la población, hace las delicias de los amantes de lo infinito; de hecho, existe un proyecto para crear un pequeño observatorio astronómico en el vecino municipio de Cachorrilla. Los Canchos de Ramiro gozan de una limpieza de cielos que la convierten en una de las últimas áreas de Europa donde los animales viven en un ambiente casi virgen, sin que las luces de nuestra omnipresente civilización les despisten del verdadero significado de la noche e impidan a los ciclos naturales sincronizarse con la Luna, noches con luz y noches con oscuridad absoluta. No debemos olvidar que la especie humana, como hijos de la naturaleza que somos, también poseemos ciclos lunares. Con un poco de cuidado en el alumbrado público, que evite la iluminación hacia el cielo, con un consumo y gestión responsable de los recursos naturales que forma este embalse, podemos asegurar que se mantenga este privilegiado entorno que tanto estimula la imaginación popular, de forma que estas antiguas estirpes de grandes aves voladoras sigan surcando el espacio como lo vienen haciendo desde hace tantos miles o millones de años.
Este extraordinario ecosistema está declarado zona ZEPA. Su situación geográfica le añade un valor estratégico, pues al estar situado entre el Parque Natural de Tajo Internacional y el Parque Nacional de Monfragüe, los Canchos ofrecen una continuidad natural para permitir la movilidad entre las distintas especies de animales que forman toda la fauna del bosque mediterráneo.

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